Off topic: Traducir para compartir (Diario La Nación 30/11/03)
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Nov 30, 2003

La autora de El amante del volcán asistió a la cátedra San Jerónimo del Queen Elizabeth Hall para leer una conferencia sobre la traducción. El texto, del que se reproducen fragmentos, opone la actitud de los traductores que prefieren conservar en sus versiones algo de la extrañeza de la lengua original a los que buscan anular toda diferencia. Además, Sontag recuerda el papel que la literatura traducida tuvo en sus comienzos como lectora y comenta la experiencia de algunos empleados de la ... See more
La autora de El amante del volcán asistió a la cátedra San Jerónimo del Queen Elizabeth Hall para leer una conferencia sobre la traducción. El texto, del que se reproducen fragmentos, opone la actitud de los traductores que prefieren conservar en sus versiones algo de la extrañeza de la lengua original a los que buscan anular toda diferencia. Además, Sontag recuerda el papel que la literatura traducida tuvo en sus comienzos como lectora y comenta la experiencia de algunos empleados de la India obligados a inventarse una identidad norteamericana

Traducir significa muchas cosas, entre ellas, poner en circulación, transportar, diseminar, explicar, hacer (más) asequible. Comenzaré con la proposición --exagerada si se quiere-- de que por traducción literaria entendemos, podríamos entender, la traducción del reducido porcentaje de libros publicados que en efecto vale la pena leer, es decir, que vale la pena releer. Argumentaré que el adecuado examen del arte de la traducción literaria es en esencia una declaración sobre el valor de la propia literatura. Además de la evidente necesidad de que el traductor facilite el establecimiento de una provisión para la literatura en cuanto pequeño y prestigioso negocio de exportación e importación; además del papel indispensable que traducir desempeña en la cimentación de la literatura como deporte competitivo practicado nacional e internacionalmente (con rivalidades, equipos y lucrativos premios); además de los incentivos mercantiles, agonistas y lúdicos para ejercer la traducción, hay uno más antiguo, manifiestamente evangélico, más difícil de admitir en estos tiempos tan conscientes de su impiedad.

En el que llamo incentivo evangélico, el propósito de la traducción es incrementar el conjunto de lectores de un libro tenido por importante. Supone que unos libros son mejores que otros de modo discernible, que el mérito literario tiene forma piramidal y que es imperativo que las obras próximas a la cúspide estén al alcance de cuantos sea posible, lo cual significa ser ampliamente traducidas y retraducidas con la frecuencia que sea factible. Está claro que semejante concepto de la literatura supone que se pueda alcanzar un consenso aproximado sobre las obras esenciales. Esto no implica pensar que el consenso --o el canon-- está fijado para siempre y no puede modificarse.

[...] El tema de discusión más viejo sobre las traducciones es el papel de la precisión y la fidelidad. Sin duda hubo traductores en el mundo antiguo cuyo modelo era la estricta fidelidad literal (¡y al diablo la eufonía!), una postura que defendió con impresionante obstinación Vladimir Nabokov en su anglización de Eugenio Oneguin. ¿Cómo explicar la temeraria insistencia del propio SanJerónimo (circa 331-420), el primer intelectual (que yo conozca) del mundo antiguo que reflexiona ampliamente, en prólogos y correspondencia, sobre la tarea de la traducción, de que el sacrificio del sentido y de la gracia es el resultado inevitable del intento de reproducir con fidelidad las palabras e imágenes del autor.

¿Cuál es el mejor modo de abordar la inherente imposibilidad de traducir? Para Jerónimo no hay duda del procedimiento, tal y como explica una y otra vez en los prólogos a sus diversas traducciones. En una epístola a Panmaquio, redactada en 396, cita a Cicerón y concuerda en que la única manera apropiada de traducir es "con las mismas ideas, con sus formas y figuras, pero con palabras acomodadas a nuestro uso. No me pareció tener que traducir palabra por palabra sino conservar la propiedad y la fuerza [...]"

San Jerónimo estaba traduciendo --del hebreo y del griego-- al latín. El idioma al que traducía era y así lo fue durante muchos siglos, un idioma internacional.

Estoy pronunciando esta conferencia en el nuevo idioma internacional, el cual, según los cálculos, es la lengua materna de más de trescientos cincuenta millones de personas, y la segunda lengua de decenas de millones en el mundo entero. [...]

Cada día cuando me siento a escribir me maravilla la riqueza del idioma que tengo el privilegio de usar. Pero mi orgullo del inglés entra de algún modo en conflicto con mi conciencia de otra clase de privilegio lingüístico: escribir en un idioma que todos, en principio, están obligados a --y desean-- entender.

Aunque parezca idéntica en la actualidad al dominio mundial de la incomparable y colosal superpotencia de la que soy ciudadana, la esencial ascendencia a lingua franca internacional del idioma en el cual escribió Shakespeare fue una especie de golpe de suerte. Uno de los momentos clave fue la adopción en los años veinte (me parece) del inglés como lengua internacional de la aviación civil. Para que los aviones circularan con seguridad, los que los pilotaban y los que dirigían su vuelo debían tener una lengua común. Un piloto italiano que aterriza en Viena habla con la torre en inglés. Un piloto austríaco que aterriza en Nápoles habla con la torre en inglés. [...]

Con mucho más ímpetu y, me parece, de modo decisivo, la ubicuidad de las computadoras --el vehículo de otra forma de transporte: el transporte mental-- ha precisado de una lengua dominante. Si bien las instrucciones de su interfaz están probablemente en su idioma natal, la navegación por Internet y el empleo de buscadores --es decir, la circulación internacional en la computadora-- precisa del conocimiento del inglés.

El inglés se ha convertido en el idioma común que unifica las disparidades lingüísticas. La India cuenta con dieciséis "lenguas oficiales" (aunque se hablan muchas más lenguas vernáculas), y no hay modo de que, dada su presente composición y diversidad, incluidos ciento ochenta millones de musulmanes, vaya algún día a ponerse de acuerdo, digamos, en que el hindi, la lengua oficial más importante, se convierta en lengua nacional. La que precisamente podría serlo no es una lengua indígena, sino la del conquistador, la de la época colonial. Justo porque es foránea, extranjera, se puede convertir en la lengua que unifique a un pueblo permanentemente diverso: el único idioma que todos los indios acaso tengan en común no sólo es, sino que tiene que ser, el inglés. [...]

Esta mundialización del inglés tiene ya un efecto perceptible en la fortuna de la literatura, es decir, de la traducción. Sospecho que menos obras de literatura extranjera, sobre todo procedentes de lenguas que se tienen por menos importantes, se están traduciendo al inglés que, digamos, hace veinte o treinta años. Pero muchos más libros escritos en inglés están siendo traducidos a otras lenguas. En la actualidad es muy infrecuente que una novela extranjera se encuentre en la lista de los libros más vendidos de The New York Times, como ocurría hace veinte, treinta o cincuenta años. [...]

La primera crítica, y acaso todavía definitiva, de la idea --expuesta con tanto vigor por Jerónimo-- de que es tarea del traductor verter de nuevo y por completo la obra a fin de avenirse con el espíritu del nuevo idioma, la formuló el teólogo protestante alemán Friedrich Schleiermacher (1778-1834) en su gran ensayo "Sobre los diferentes métodos de traducir", escrito en 1813.

Al argüir que "leer bien" no es el modelo fundamental para juzgar el mérito de una traducción, Schleiermacher no implica, desde luego, todas las traducciones, sino sólo las literarias, las que conllevan lo que de modo atractivo llama "la santa gravedad de la lengua". [...]

Para Schleiermacher la traducción --mucho más que un servicio prestado al comercio, al mercado-- es una necesidad compleja. Hay un valor intrínseco en dar a conocer, a través de una frontera lingüística, un texto esencial. También hay un valor al vincularnos con algo distinto de lo conocido, con la alteridad misma.

Para Schleiermacher un texto literario no es sólo su sentido. Es, en primer lugar, el idioma en que está escrito. Y de igual modo que cada persona tiene una identidad medular, cada persona tiene, en esencia, sólo un idioma. [...]

Diecisés siglos después de San Jerónimo, pero poco más de un siglo después del ensayo capital de Schleiermacher sobre la traducción, vino la tercera de las que a mi juicio son las reflexiones ejemplares sobre el propósito y los deberes del traductor. Es el ensayo titulado "La tarea del traductor" que Walter Benjamin escribió, en 1923, como prólogo a su traducción de los Tableaux Parisiens de Baudelaire.

Al trasladar el francés de Baudelaire al alemán, nos dice,no está obligado a que Baudelaire suene como si hubiese escrito en alemán. Al contrario, su obligación es mantener la impresión que habría tenido un lector alemán de algo diferente. [...]

La razón de Benjamin para preferir una traducción que revela su alteridad es muy distinta de la de Scheleiermacher. No es porque desee promover la autonomía y la integridad de los idiomas individuales. El pensamiento de Benjamin está en el polo opuesto del ideario nacionalista. Es una consideración metafísica, que proviene de su concepto de la naturaleza misma de la lengua y según la cual la propia lengua exige los esfuerzos del traductor.

Cada lengua es parte de la Lengua, la cual es mayor que toda lengua individual. Cada obra literaria individual es parte de la literatura, la cual es mayor que toda literatura en cualquier idioma.

Algo parecido a este punto de vista --que situaría la traducción en el centro del empeño literario-- es lo que he intentado respaldar con estas observaciones.

La naturaleza de la literatura tal como ahora la entendemos --y me parece que la entendemos de modo correcto-- es la circulación, por motivos diversos y necesariamente impuros. La traducción es el sistema circulatorio de las literaturas del mundo. La traducción literaria, creo, es sobre todo una tarea ética, una tarea que refleja y duplica el papel de la propia literatura, lo cual amplía nuestras simpatías; educa nuestro corazón y entendimiento; crea introspección; afirma y profundiza nuestra conciencia (con todas sus consecuencias) de que otras personas distintas de nosotros, en verdad existen.

Tengo la edad para haber crecido, en el suroeste de Estados Unidos, creyendo que había algo llamado literatura en inglés, de la cual la literatura estadounidense era una rama. El escritor que más me importó de niña fue Shakespeare [...] Además de Shakespeare, recontado o en directo, estaban Winnie the Pooh, El jardín secreto, los Viajes de Gulliver y las Brontë (primero Jane Eyre, después Cumbres borrascosas) y The Cloister and the Hearth (El claustro y el hogar) y Dickens (las primeras fueron David Copperfield, Canción de Navidad e Historia de dos ciudades), mucho Stevenson (Secuestrado, La isla del tesoro, El extraño caso del doctor Jkyll y Mr. Hyde) y El príncipe feliz de Oscar Wilde...

Desde luego, también había libros estadounidenses, como los relatos de Poe y Mujercitas y las novelas de Jack London y Ramona. Pero en aquella época distante, todavía reflexiva y refinada, de cultura anglófila, parecía de lo más normal que la mayoría de los libros que yo leía procedieran de otros lugares, un lugar más antiguo, como la lejana, emocionante y exótica Inglaterra.

Cuando el "otro lugar" fue más amplio, cuando mis lecturas --siempre en inglés, desde luego-- llegaron a incluir libros maravillosos que no habían sido escritos originalmente en inglés, cuando continué con la literatura mundial, la transición fue casi imperceptible. Dumas, Hugo y de ahí en adelante... sabía que ya estaba leyendo autores "extranjeros". No se me ocurrió pensar en la mediación que me traía estos libros cada vez más asombrosos. Si hubiese reconocido una frase torpe en una novela de Mann, Balzac o Tolstoi que estaba leyendo, no se me habría ocurrido preguntar si la frase se leía de un modo tan torpe en el original alemán, francés o ruso, o sospechar que habría podido estar "mal" traducida. Para mi mente juvenil de lectora novata no había tal cosa como una mala traducción. Sólo había traducciones que descifraban libros que no habrían estado a mi alcance, y los ponían en mis manos y corazón. En lo que a mí respecta, el texto original y la traducción eran como una unidad.

La primera vez que me formulé el problema de una traducción mediocre fue cuando comencé a asistir a la ópera, en Chicago, tenía dieciséis años. Allí sostuve en mis manos por primera vez una traducción en face --la lengua original a la izquierda (en esa época ya sabía algo de francés e italiano) y el inglés a la derecha-- y quedé pasmada y confundida por las manifiestas inexactitudes de las traducciones. [...] Salvo en la ópera, nunca me pregunté qué me estaba perdiendo al leer en aquellos primeros años de literatura traducida. Fue como si sintiera que mi cometido era, en cuanto lectora apasionada, ver a través de las faltas o limitaciones de una traducción; como se ve a través (o se pasa por alto) de la mala copia rayada de una entrañable película que vemos de nuevo. Las traducciones eran un obsequio por el que siempre sentiría gratitud. ¿Qué --más bien quién-- sería yo sin Dostoievski, Tolstoi y Chejov?

Por Susan Sontag
(Traducción: Aurelio Major)
(c) Letras Libres y LA NACION



El mundo virtual de la India

¿Qué significa el dominio de una segunda lengua?


Amigos ingleses y estadounidenses que han residido mucho tiempo en Japón (casi todos con parejas japonesas) me han dicho que los japoneses en general albergan profundas sospechas, e incluso algo de hostilidad, hacia el extranjero que habla su idioma sin cometer errores. [...]

En el otro extremo, un ejemplo más reciente de lo que conlleva alcanzar el perfecto dominio de una segunda lengua --la cual resulta que es el inglés-- nos procura un escenario perfecto de falta de autenticidad schleiermachiana. Estoy pensando en una iniciativa floreciente en el multimillonario negocio de programas informáticos, de mucha importancia para la actual economía india. Se llaman centros de atención y emplean a miles de mujeres y hombres jóvenes que ofrecen asistencia técnica o reservas mediante números telefónicos sin costo en todo Estados Unidos. A estas personas jóvenes, todas las cuales ya hablan inglés, han competido con éxito por estos disputados puestos de trabajo en los centros de atención y han completado un arduo curso diseñado para borrar todo vestigio de acento indio en inglés (muchos no lo logran), se les paga un salario munificente para un empleo secretarial en la India, aunque desde luego mucho menos que lo que deberían pagar IBM, American Express, General Electric, Delta Airlines y las cadenas de hoteles y restaurantes a los estadounidenses por ese trabajo: razón suficiente para que tales labores se "subcontraten" cada vez más. [...]

Desde las amplias plantas de edificios de oficinas en Bangalore, Bombay y Nueva Delhi, filas de jóvenes indios sentados en cabinas contestan una llamada tras otra ("Hola, soy Nancy. ¿En qué puedo ayudarle?"), cada cual provisto de una computadora que permite recoger con unos cuantos clics del ratón la información relevante para hacer una reserva, mapas que informan sobre la ruta idónea por las autopistas, predicciones meteorológicas, etcétera.

Nany, Mary Lou, Betty, Sally, Jane, Megan, Bill, Jim, Wally, Frank... estas alegres voces primero tuvieron que ser adiestradas durante meses, mediante instructores y casetes, a fin de adquirir un acento (no instruido) del centro de Estados Unidos, aprender los principales modismos estadounidenses, las expresiones idiomáticas informales (entre ellas las regionales) y las referencias elementales de la cultura de masas (personalidades de la televisión, tramas y protagonistas de las series más importantes, el éxito de taquilla más reciente en las multisalas cinematográficas, los resultados del béisbol y el baloncesto, etcétera), con objeto de que no titubeen en la conversación casual, si el intercambio con un cliente en Estados Unidos se prolonga, y dispongan de los medios para seguir haciéndose pasar por estadounidenses. [...]

¿Les gustaría a "Nancy" y a "Bill" ser una Nancy y un Bill verdaderos? Casi todos responden --ha habido entrevistas-- que sí. ¿Les gustaría venir a Estados Unidos, donde sería normal hablar inglés siempre con acento norteamericano? Desde luego que sí. [...]

S.S.

http://www.lanacion.com.ar/suples/cultura/0349/sdq_549918.asp
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Gracias Au, muy interesantes ambos Dec 1, 2003

AURORA HUMARAN wrote:

El mundo virtual de la India

¿Qué significa el dominio de una segunda lengua?


Amigos ingleses y estadounidenses que han residido mucho tiempo en Japón (casi todos con parejas japonesas) me han dicho que los japoneses en general albergan profundas sospechas, e incluso algo de hostilidad, hacia el extranjero que habla su idioma sin cometer errores.

En el otro extremo, un ejemplo más reciente de lo que conlleva alcanzar el perfecto dominio de una segunda lengua --la cual resulta que es el inglés-- nos procura un escenario perfecto de falta de autenticidad schleiermachiana. Estoy pensando en una iniciativa floreciente en el multimillonario negocio de programas informáticos, de mucha importancia para la actual economía india. Se llaman centros de atención y emplean a miles de mujeres y hombres jóvenes que ofrecen asistencia técnica o reservas mediante números telefónicos sin costo en todo Estados Unidos. A estas personas jóvenes, todas las cuales ya hablan inglés, han competido con éxito por estos disputados puestos de trabajo en los centros de atención y han completado un arduo curso diseñado para borrar todo vestigio de acento indio en inglés (muchos no lo logran), se les paga un salario munificente para un empleo secretarial en la India, aunque desde luego mucho menos que lo que deberían pagar IBM, American Express, General Electric, Delta Airlines y las cadenas de hoteles y restaurantes a los estadounidenses por ese trabajo: razón suficiente para que tales labores se "subcontraten" cada vez más. [...]

Desde las amplias plantas de edificios de oficinas en Bangalore, Bombay y Nueva Delhi, filas de jóvenes indios sentados en cabinas contestan una llamada tras otra ("Hola, soy Nancy. ¿En qué puedo ayudarle?"), cada cual provisto de una computadora que permite recoger con unos cuantos clics del ratón la información relevante para hacer una reserva, mapas que informan sobre la ruta idónea por las autopistas, predicciones meteorológicas, etcétera.

Nany, Mary Lou, Betty, Sally, Jane, Megan, Bill, Jim, Wally, Frank... estas alegres voces primero tuvieron que ser adiestradas durante meses, mediante instructores y casetes, a fin de adquirir un acento (no instruido) del centro de Estados Unidos, aprender los principales modismos estadounidenses, las expresiones idiomáticas informales (entre ellas las regionales) y las referencias elementales de la cultura de masas (personalidades de la televisión, tramas y protagonistas de las series más importantes, el éxito de taquilla más reciente en las multisalas cinematográficas, los resultados del béisbol y el baloncesto, etcétera), con objeto de que no titubeen en la conversación casual, si el intercambio con un cliente en Estados Unidos se prolonga, y dispongan de los medios para seguir haciéndose pasar por estadounidenses. [...]

¿Les gustaría a "Nancy" y a "Bill" ser una Nancy y un Bill verdaderos? Casi todos responden --ha habido entrevistas-- que sí. ¿Les gustaría venir a Estados Unidos, donde sería normal hablar inglés siempre con acento norteamericano? Desde luego que sí. [...]

S.S.

http://www.lanacion.com.ar/suples/cultura/0349/sdq_549918.asp
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... pues en Inglaterra igual pero con el acento. Llamas a cierta compañía aérea y te sale un hindú con su acento, simpatiquísimo también, y que no duda en hablarte del tiempo en Oxford, de lo mal que iba el Leicester en la liga y de lo fácil que es ir de Gatwick a Londres. Lo hizo fenomenal, la conversación tuvo aroma a curry de lentejas, y aún así ni me di cuenta entonces de que hablaba con el Taj Mahal en persona.
Hay que admirarlo, these chaps bend it like Beckham.
Good on them, hombre
Paul


 


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