Este es un poeta mexicano que murió a temprana edad y su nombre figura entre los poetas más preclaros de México. Disfrutenla como lo hice yo! Y sobre todo si tienen un hermano mayor que ustedes a quien adoran y vice versa!
Gracias
MANUEL ACUÑA
A ti, niña, la voz del sentimiento, la palabra dulcísima y serena..., que has hecho al arrullo de tu acento olvidar este eterno sufrimiento al que Dios o la suerte me... See more Este es un poeta mexicano que murió a temprana edad y su nombre figura entre los poetas más preclaros de México. Disfrutenla como lo hice yo! Y sobre todo si tienen un hermano mayor que ustedes a quien adoran y vice versa!
Gracias
MANUEL ACUÑA
A ti, niña, la voz del sentimiento, la palabra dulcísima y serena..., que has hecho al arrullo de tu acento olvidar este eterno sufrimiento al que Dios o la suerte me condena. ¡A ti, la blanca estrella a la que debo la luz de un rayo de ilusión y calma, yo, que hace tanto tiempo que no llevo más que luto y tinieblas en el alma! A ti, la que te llamas mensajera de un porvenir de ensueños y de gloria que mi espíritu muerto ya no espera. La dulce golondrina, la que me habla de un mañana y de una primavera, en medio de estas brumas invernales y en medio de estos ásperos breñales que ya no brotan ni una flor siquiera.
¡Gracias! Si tú no sabes ni adivinas la suprema ventura que se siente cuando de la corona de la frente viene alguien a quitarnos las espinas. Si ignoras lo que vale Una frase de amor y de consuelo para aquel que suspira sin un cielo que guarde el ¡ay! que de su pecho sale. Yo, no, que acostumbrado A llorar mis dolores siempre solo y en el fondo de mi alma retirado; yo, niña, he comprendido que no hay queja como la queja que respuesta no halla. que no hay pesar como el pesar oculto, que no hay dolor como el dolor que calla, y que triste el llorar agobia menos la calcinante lágrima que rueda, cuando una mano cariños enjuga la que temblando en las pestañas queda.
¡Si, niña! Desde ahora ya al sufrimiento no seré cobarde, ni me hará estremecer aterradora la llegada tristísima de esa hora que empieza en las tinieblas de la tarde. Te tengo a ti, la que a mi lado vienes cuando el consuelo de tu voz reclamo..., la que me das tus brazos y tu abrigo, la que sufre conmigo si yo sufro, la que al verme llorar, llora conmigo...
¡Gracias! Y si algún día cuando tu pecho al desengaño abras, llegas a padecer esta agonía y esta negra y letal melancolía que tanto han endulzado tus palabras; si alguna vez te miras en el mundo sola y abandonada a tu congoja, quien tus calladas lágrimas recoja, llámame entonces, y a tu blando lecho, mientras que tú dormitas y descansas, yo iré a velar tranquilo y satisfecho y a encender en el fondo de tu pecho la estrella de las dulces esperanzas. Llámame..., y cuando en vano tiendas la vista en tu redor sombrío, yo iré a llevarte en el consuelo mío los besos y el cariño de un hermano.
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