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me gustaría contarles un cuento...
Thread poster: Daniel Alcaine-Rich, M.V., BSc (X)
Daniel Alcaine-Rich, M.V., BSc (X)
Daniel Alcaine-Rich, M.V., BSc (X)  Identity Verified
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May 1, 2002

Aquí va. Si se ríen un poco con él, mejor que mejor. Si se ríen *de* él (del cuento), mejor no me lo digan.



Pero, lo mejor de todo: si a alguien le gusta (espero no ofender), les propongo le den un final (es decir, una tercera parte).



Saludos )



EL MIMO





El mimo viste de negro. El negro es, como es sabido, la suma cromática de todos los colores de
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Aquí va. Si se ríen un poco con él, mejor que mejor. Si se ríen *de* él (del cuento), mejor no me lo digan.



Pero, lo mejor de todo: si a alguien le gusta (espero no ofender), les propongo le den un final (es decir, una tercera parte).



Saludos )



EL MIMO





El mimo viste de negro. El negro es, como es sabido, la suma cromática de todos los colores del espectro (¿o era al revés?). Otros mimos se refinan, y visten de gris, o de pana marrón, quizás. Pero, este mimo no; este mimo viste unos pantalones negros de terciopelo, o puede que gasa o tul. Asimismo, su frac o levita es de color negro como la tez, el carbón, la brea, el polvo de la mina, o la concha de un suculento mejillón muy lavado. Así es su chaqueta, americana, frac, digo, o abrigo. Y, debajo de sus pantalones negros lleva un \"braslíp\" negro; y debajo de su chaqueta o cazadora negra lleva una camisa negra, y aún bajo ésta se cubre, se ciñe, con una camiseta negra. Sus ojos son ahora, a la luz de las farolas, de un negro nocturno - ni más, ni menos -. Pero no lleva reloj, y no usa gemelos ni sombrero. Ni siquiera gafas.

Los mimos ven muy bien, como los gatos. Sí, como los gatos negros.





Esta mañana han detenido al mimo: lo han arrestado. Al parecer estaba - estaba - atracando una tienda, una joyería, cuando ha llegado un coche, y otro más, de la policía, silbando y chirriando apasionada, emocionantemente al dar las curvas de las calles, al sortear a los chicos y chicas jóvenes, los cuerpos ágiles y esbeltos de los muchachos y muchachas, y hombres y mujeres que cruzaban entonces un paso de cebra o que caminaban, de espaldas al cristal delantero, hacia la otra acera vieja, mojada y llena de papeles y colillas, hacia la piedra gastada, con musgo verde y naranja, de la iglesia, que es donde empieza esta calle peatonal de la que rememoro ahora para describir: que había puestos de flores, discos viejos, monedas, rosquillas, donuts y madalenas y animales - generalmente canarios y tortugas -, y puestos también de libros y pósters y gacetillas y revistas, e historias de Estefanía, y tebeos, y han pasado ambos automóviles de la Policía Nacional, chocando con varios puestos y arrollando - casi - a una anciana que recogía monedas sobrantes de los transeúntes - vestía muy mal -, lanzando alaridos en todas las direcciones, pero especialmente hacia detrás y adelante, porque a babor y estribor el sonido ha chocado y ha lanzado ecos repetidos y aumentados por el efecto pelota de las casas, los portales y, en ínfima proporción, de los tenderetes, aunque es probable que los tejidos y ropas hayan tendido más a absorber el sonido. Si alguien de entre los que se apartaban corriendo, o saltaban mientras los dos coches siseaban sobre las eses mismas que describían sobre el cemento hubiera estado sordo o, mejor, lo hubiese sido de nacimiento, sólo habría reparado en los conspicuos y brillantes destellos de las sirenas. Ha sido espectacular.

(Sí, las sirenas pueden ser conspicuas: basta fijarse).

La joyería tenía dos alarmas, una sobre cada otra de las esquinas superiores del establecimiento, y cada una provista de una hermosa sirena anaranjada que lanzaba conspicuos destellos por encima del toldo verde que cubre el escaparate. Las letras que hay grabadas, o mejor, pintadas sobre el toldo son de oro: del color del oro, cierto oro. El mimo estaba a un lado del mostrador mientras que el dueño estaba del otro, es decir, en el lado que le corresponde por ser el dueño. Al parecer lo que ha pasado ha sido lo siguiente. Tres individuos que iban muy correctamente vestidos y pulcramente aseados han entrado en la tienda tras serles abierta la puerta desde el interior mediante un dispositivo electrónico activado por el dueño desde el mostrador, usando para ello un botón. Iban, ya digo, muy bien dispuestos en cuanto a su atuendo, e incluso portaban esos gemelos de oro en las mangas de sus trajes, (como muy profesionalmente ha observado el joyero), esos distintivos pequeñitos del rango adecuado a las ventas, las verdaderas ventas.

Pero uno de ellos ha sacado un arma de fuego, una pistola, del bolsillo, y ha encañonado al dueño de la tienda, directamente al rostro, a un centímetro del final de su nariz y, en seguida, pegando el metal, muy frío, al bigotillo del hombre, le ha dicho:

- \"Cállate\", y, \"abre las vitrinas: todas\".

Mas, de la calle, mientras otro de los tres hombres hacía deslizar las piedras, pulseras, anillos, collares y diamantes - gracias a prestas barridas con el antebrazo hacia una suerte de maleta que se ha abierto como un portafolios, y que mantenía bajo la lluvia de objetos preciosos, con gran concentración y mucha rapidez -, de la calle ha entrado un cuarto hombre, vestido también de negro, pero todo de negro, que ha resultado ser el mimo; y, tras una atenta, breve y exacta evaluación del panorama visible, ha arrebatado muy silenciosamente el arma del hombre que estaba junto a la puerta - todo por sorpresa - e, igual que él, ha apuntado al vientre más o menos, pero al vientre del malo, momento en el que de todo ello se ha apercibido el que encañonaba al dueño, pasando entonces a encañonar al mimo. Pero, al ver que éste no se arredraba ni mostraba señal alguna de temor o alarma, ha gritado \"¡Vamos!\", al tiempo que el joyero, muerto de miedo y sin comprender, hacía sonar su alarma que sabía que conectábase directamente, además, al sistema de alarmas del cuartel de la Policía, es decir, la salvación, pero entonces ha ocurrido algo muy interesante, o curioso, porque el hombre de negro y sólo de negro ha proferido también un sonoro ¡vamos! - si bien es cierto que de modo muy artístico, pero esto no lo ha notado nadie -; y, muy asustados y apesadumbrados, los tres delincuentes se han abalanzado hacia la puerta, impulsivamnete, en su impaciencia repentina, y han golpeado accidentalmente la luna del escaparte con la maleta llena de joyas, y aquélla se ha roto en mil pedazos que volaban y volaban por el aire en dirección a la calle, sí, pero también hacia el interior del honorable establecimiento, en especial un gran pedazo de luna que ha caído delante del umbral de la puerta, estallando al acariciar el suelo, solo que el mimo no se ha movido. Se ha quedado mirando al viejecito de tras el mostrador quien, aterrorizado, le miraba con expresión suplicante; los hombres se alejaban calle arriba pero, el mimo, como paralizado, seguía a aquéllos con un solo ojo mientras escrutaba intensamente al hombre de la joyería con el otro aunque, bien es verdad, con la mirada, de este último ojo al menos, más curiosona o intrigada que otra cosa. Y luego ha mirado la pistola que sostenía en la mano; se la ha acercado a la nariz, su propia nariz, y ha mirado de frente el cañón para intentar ver qué había ahí dentro; y se la ha pegado a la mejilla, comprobando así que estaba muy fría, pero nada más.

Así que ha avanzado de nuevo hacia el viejecito y le ha apuntado al bigote, mientras sonreía - muy amistosamente, ¿por qué no? -, pero el viejo le miraba con expresión mortal por antelación, no sonreía, así que el mimo ha pensado que no era eso, por lo que ha tirado la pistola hacia atrás, por encima del hombro, con gesto aún más amistoso, y el viejo se ha asombrado tanto que al mimo le ha gustado y se ha asombrado en igual forma, adoptando el gesto mismo y la postura del joyero y hasta, imaginariamente, sus pensamientos, pero en el momento en que la pistola caía al suelo, se ha disparado ¿por la conmoción? con tal tino que ha herido en el culo al policía de uniforme que justo en ese instante entraba por la puerta.

Sin mediar palabra alguna, la Policía Nacional se ha llevado al mimo, a la pistola, y al herido policial. Y en el coche el mimo se ha sentado al revés, mirando a la calle a través del cristal trasero y asiendo un imaginario volante, a la vez que imitando los sonidos de una sirena, giratoria, conspicua, y naranja.







EL MIMO. SEGUNDA PARTE.





Dos coches de la Policía Nacional han vuelto a Comisaría por una calle peatonal llena de puestecitos ambulantes, tenderetes y multitud de viandantes curiosos. Un hombre ha declarado más tarde que se trataba del mismo par de automóviles energúmenos, sirena giratoria al dorso, que hubieron atravesado la misma calle peatonal minutos antes, pero en dirección contraria. Todavía no habíanse vuelto a colocar los puestos y el género en la idónea disposición de comienzo cuando un coche policial, afilado en su morro, y después también el otro, más chato, han pasado como bengalas o quizás jabalíes enfadados y furiosos arremetiendo contra tres tenderetes de ropa, un puesto de macetas, una pajarería armable y desarmable y lo que quedaba de los discos colocados sobre tres largas tablas. Pero, esta vez, la gente se ha divertido más, porque no ha sido un sobresalto desconocido, después de todo.

En el asiento trasero del coche más chato hacía que conducía el mimo.



Al entrar en comisaría, unos funcionarios, funcionarias y otros/as han levantado la mirada para observar al delincuente, y hánse mirado los unos a las otras, y las otras a los unos, en gesto de mútuo y generalizado aturdimiento, pues no es frecuente que un delincuente, o presunto, vista de negro por completo o que sonría con tanta naturalidad después de haber perpetrado un crimen. Le han arrastrado un poco los pies por el suelo hasta meterlo dentro del ascensor y han subido a primera planta. Allí un funcionario le ha tomado los datos, sintiendo al hacerlo una extraña sensación, pero se ha callado y no ha dicho nada. Entonces el mimo ha recogido su DNI, que le tendía amigablemente el funcionario susodicho, pero ha intentado insertarlo en la ranura para disquetes del computador. Ambos policías de uniforme que le acompañaban hánse tensado inmediatamente, prestos para la acción, pero ésta no ha sido necesaria, porque inmediatamente también se ha vuelto hacia ellos el mimo con sonrisa de muy buenos amigos, y ánimo conciliador, para después volverse de nuevo hacia el operador de la máquina, a quien ha dirigido unas señales, con las manos y el rostro, completamente ininteligibles, pero muy bonitas y sentidas.

Así que se han dirigido a la puerta del despacho del comisario de zona - y aunque el mimo no quería al parecer que sus custodios se marchasen, e incluso les ha propuesto, mediante gestos, jugar una partida de mus, tomar un café (bostezando y ejecutando unos signos de negación con el dedo), dar otra vuelta en coche, teclear (sobre un computador, probablemente) y, finalmente, darse un garbeo en bicicleta, comer un helado, ir de ligue, cazar algún delincuente y, decididamente, no entrar allí -, la han abierto, la han cerrado otra vez (en la nariz del mimo), y han procedido a dar informe del asunto según su visión particular, derivada de sus propias y aún agudas deducciones. En tanto que, antes, ha entrado también al despacho, muy silenciosamente eso sí, el tercero de los policías uniformados, que era más concretamente el conductor del coche de morro afilado.



- \"Así que le divierte a usted robar joyas, ¿no estamos?\".

El mimo ha asentido, ha negado, ha vuelto a asentir, ha negado de nuevo...

- \"Oiga, aquí, de tonterías nada; ¿sí o no?\".

El mimo ha asentido.

- \"Sí ¿qué?\" y, al recibir un cabeceo por respuesta: \"oiga, ¿le pasa algo a usted o está de guasa?...y si está de guasaaa...\".

- \"No, señor comisario; al parecer, es de verdad mudo\", ha intervenido uno.

Ha asentido el mimo con la cabeza, y sonriente.

- \"No le hemos podido sacar ni una palabra, señor comisario; es más, señor: no ha articulado sonido alguno que yo sepa, señor\".

Ha negado el mimo afirmativamente.

- \"Yo tampoco he oído nada de su boca, señor\".

Ha negado el mimo.

- \"Oh...así que, es usted mudo\".

No, ha dicho el mimo con la cabeza.

- \"¡Bueno, ya me estoy hartando, ahora dice que no lo es...! ¡examínele la lengua, la boca y la garganta, sargento!\", y el sargento ha tomado una mandíbula, la inferior, con una mano, y otra mandíbula, la superior, con la mano derecha, y han mirado todos al interior de la cavidad bucal del mimo arrestado, pero no vieron nada anormal - ni lo hubiesen visto, caso de haberlo, pues no es ese su oficio, pero a los profesionales les gusta, les apasiona perseguir cada detalle -.

- \"No hay nada, señor comisario\".

El mimo sonríe muy ufano.

- \"Bueno, vamos a ver, vamos a ver, no nos pongamos nerviosos: como hemos visto, no hay nada anormal en la boca, garganta, lengua del sujeto, pero esto no tiene por qué decir nada; puede que el señor aquí presente hubiera perdido el habla momentáneamente debido a un lógico sentimiento de culpa. Sí, eso es lo más probable...\".

- \"Señor, lo curioso es que no sabemos dónde están las joyas robadas\".

- \"¿Preguntaron concienzudamente, al respecto, al dueño de la tienda?\".

No, asegura el mimo con la cabeza.

Sí, claro, dice el sargento, pero no sabe qué ha sido de ellas (los otros dos agentes han abierto la boca, inquietos, sabedores de que hubieron olvidado este deber en concreto, el de interrogar a los afectados, quizás debido a un lapsus del sargento, quien gustaba de las acciones rápidas y brillantes, pero cerrándola de inmediato), ¿o les ha declarado algo más el dueño de la tienda mientras él, el sargento, estaba reduciendo con valentía al ladrón, sospechoso, culpable?. No, nada más, han concluido ambos policías. No, sacude briosamente el mimo su cabeza de un lado a otro. No, no, no. Casi diríase que en cualquier momento se le va a desencajar, dando vueltas, y a salir despedida en vuelo extraterrestre.

- \"Bueno, entonces la cosa está clara: se las ha tragado usted y es por ello por lo que no alcanza a hablar. ¿Qué me contesta, querido señor?\".

Que no, que no y que no, ha asegurado el mimo, pero no ha podido hablar, así que se ha puesto a saltar y a desgañitarse sin emitir sonido alguno, gesticulando y revolviéndose y dando después una voltereta para aterrizar sobre la mesa del señor comisario, tras lo cual, sin mayores contemplaciones, por decreto policial, ha sido izado desde esa altura (por lo que la acción ha resultado más fácil) sobre los hombros de los tres agentes. Desde allí arriba, como en una rara pesadilla, ha visto el cogote del comisario que, brillante a la luz del fluorescente, ha vuelto a sus papeles, a los innumerables papeles dispersos sobre su mesa.

- \"Llévenselo, y que le hagan una radiografía antes de llevarlo a su celda. Señor, queda usted arrestado de forma provisional, y será conminado a desprenderse de sus objetos personales, los cuales entregará a la autoridad de la penitenciaría, y le será adjudicado un abogado de oficio, el cual...\".

Pero, allí arriba, llevado en volandas por los tres agentes de la ley, no ha podido escuchar más de la perorata del señor comisario, porque han salido de la habitación, y porque ahora se ha enfrascado en la elevada misión de sonreír cumplidamente, o de imitar agradablemente, de manera difícil de conseguir si se imaginan ustedes llevados por manos policiales a dos metros y algo más por encima del suelo y con poca libertad de movimientos, y también de hacer el signo V de la victoria, y el puño de la Internacional, para finalmente aterrizar, otra vez, en el asiento trasero del coche chato de policía que, junto con el afilado otro coche, ha salido rugiendo, y entrado aullando en la misma calle peatonal de siempre, dispuesto, al igual que su compañero el automóvil de morro aerodinámico, a pelotear con algunos de los puestecillos y muchachas y muchachos por allí ordenadamente dispuestos...como siempre, vaya.

Y así hubiera ingresado en prisión el mimo negro, negro mimo, de no ser por la resistencia organizada de peatones, vecinos y comerciantes ambulantes, quienes han colocado clavos, bolas de hierro, durísimas maletas, líquido desparramado y resbaladizo, mesas de mármol, coches atravesados (3), un juego de pesas y multitud de sacos de confeti, los cuales en realidad eran globos rellenos de vinagre, cristasol para los cristales, e innumerables revistas, periódicos y gacetas destripadas, un armario de cuatro puertas, los rieles viejos de un par de antiguas líneas del tranvía, soldados de juguete de tamaño casi real, dos o tres mangueras para el riego en forma de gigantescos lazos para atrapar liebres, un montón de plantas tropicales - muy enormes ellas, floridas y talludas -, y algunos objetos más como bidones, sofás, cepos y un duro ataúd, todo lo cual ha sido demasiado obstáculo para ambos coches dos que han chocado, resbalado, se han visto atrapados, corroídos, y han saltado y volado y rebotado varias veces hasta que han salido despedidos los agentes, quienes han atravesado de culo, ¡ya estamos de nuevo con el culo!, el escaparate del mísero joyero y se han apostado, mucho más cerca del otro barrio que de este, al pie de las varias vitrinas ahora vacías y huérfanas, mientras que de los coches naufragados entre tamaña suerte de materiales han sido arrancadas las sirenas, y muy manoseadas, en tanto que el mimo ha salido indemne, por su propio pie (el izquierdo) y, tambaleándose sólo un poquito, se ha alejado entre rápida y lentamente hacia otros callejones más lejanos.

Al querer colocarse en un escaparate entre los maniquíes de la gran tienda, ha sido reprendido y acongojado con miradas de estupor e incomprensión total y, así, comprobando que le era imposible expresar su angustia y su dolor, ha cruzado media ciudad y ha ido a tenderse, exhausto, junto a otras personas que estaban durmiendo y roncando a la vera de unos inmensamente negros cubos de basura, y desperdicios.





EL MIMO. TERCERA PARTE.... ??

Collapse


 


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