Off topic: ¿Qué es «nativo»? (Orlando García Valverde)
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Aurora Humarán (X)
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Dec 7, 2005



¿QUÉ ES «NATIVO»?

Una de las advertencias que con más frecuencia se tramitan en el ámbito de la traducción y de la interpretación (y me limito a castellano e inglés en este comentario concreto para abreviar), es la de que el trabajo tiene que ser realizado por un «native speaker»; lo expreso así en inglés porque es un concepto q
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¿QUÉ ES «NATIVO»?

Una de las advertencias que con más frecuencia se tramitan en el ámbito de la traducción y de la interpretación (y me limito a castellano e inglés en este comentario concreto para abreviar), es la de que el trabajo tiene que ser realizado por un «native speaker»; lo expreso así en inglés porque es un concepto que por primera vez escuché de anglohablantes, concretamente anglosajones, y que he continuado escuchando principalmente de personas de ese conglomerado. De esto y del hecho de que mi medio lingüístico costarricense parece no estar obsesionado con este requerimiento sobre el que insisten los anglosajones que viven en él, deduzco en primera instancia que corresponde a un prurito eminentemente anglosajón. Por supuesto que hay personas en todo el mundo que exigen que las traducciones para su medio lingüístico sean hechas por personas de su medio, pero parece que el asunto no es de determinante importancia en la mayoría de los países y que esas personas están en minoría, tanto dentro del gremio como fuera de el. Esta ha sido mi primera observación.

Ahora, tras mucho recorrer estos caminos, he comprobado que hay naciones enteras en donde esto no solo no parece ser importante, sino que oficialmente lo prueban; en Costa Rica, por ejemplo, los «traductores oficiales» (que en otros países se conocen como jurados, públicos, certificados, etc.) somos calificados y posteriormente acreditados por el Ministerio de Relaciones Exteriores por cada par de idiomas, y se nos acredita de manera automática para traducir indistintamente en este caso del inglés al castellano y del castellano al inglés (igual en los demás pares de idiomas). He visto en mi intercambio con colegas argentinos que priva en Argentina la misma idea de que si podemos traducir del inglés al castellano también del castellano al inglés, y es lo que también están facultados a hacer los traductores argentinos; esto tiene toda la lógica del mundo. Sería absurdo pensar que puede darse una garantía de fidelidad y rigor técnico si quien hace el trabajo conociera uno de los dos idiomas mucho más que el otro dentro de lo razonable. Excluyo de mi comentario las erudiciones extraordinarias y las excepciones que casi nada tienen que ver con la vida real o con el trabajo que realizamos cotidianamente.


Un tercer elemento que termina de convencerme de lo que siempre he pensado al respecto proviene de mi experiencia como diplomático de mi país en la URSS, de mi contacto con algunos traductores muy famosos en ese medio, el de Brezhnev, por ejemplo, de los prospectos y manuales de herramientas e instrumentos del Japón y la China y del proyecto general de Bill Gates. En el caso de la URSS y de los prospectos, comprobé que la transmisión al castellano o al inglés era obra de nativos, sí, pero de nativos de ellos, del idioma de origen, hacia fuera, hacia el idioma de destino. En el caso de los rusos hispanohablantes o francohablantes que he conocido personalmente la reproducción es casi perfecta y nunca habían salido de sus fronteras porque el mismo sistema se los impedía. Ahora bien ¿que su forma de redactar y construir tiene en cada caso un tinte especial que no sería el mismo que yo le doy habitualmente a mis formas de expresión y en mi «patio»? Sí, ¿y qué? Si la explicación es correcta y yo la he entendido correctamente ¿qué mas da? Resulta además irónico que más fácilmente permitamos como bueno un yerro de «los mismos» que una corrección de «los de fuera».

En el caso de Bill Gates y concretamente respecto del mundo hispánico, habrá hecho la misma comprobación que yo de que las muchas variedades del castellano existentes están separadas por tantas diferencias no funcionales, sobre todo de
tipo nacionalista, que podría vislumbrarse hasta una posible incomunicación en un futuro previsible. Con su ahora imprescindible aparataje computacional y sin ataduras emocionales a país alguno hispanohablante en particular por lo que a forma de expresión se refiere, tiene todo el campo llano para imponer, por medio de su formidable equipo lingüístico, un léxico y un sistema de comunicación estándar en «nuestra» propia lengua. Esto ya es culpa de nosotros los hablantes de siempre a quienes nos ha importado más cómo hablamos en nuestras respectivas localidades que la comunicación misma para la cual fue creado el idioma.

¿Qué es nativo, de dónde? En inglés, y expresándome así a la ligera y más bien en términos superficiales, podría mencionar distintos estilos de inglés que me vienen a la mente y que, decididamente, se distinguen entre sí en vocabulario, acento, idiosincrasia, forma de construir, sistema de creencias, objetos, producción, etc.: australiano, neozelandés, el de Hong Kong, estadounidense, jamaiquino, londinense, el de Liverpool, beliceño, canadiense, etc., cada uno con aun más variantes locales, claro. Y en castellano, bueno, empezamos en España y terminamos en Tierra del Fuego con unas veintidós variedades bien definidas y muchas modalidades locales más. Para un habitante de Utah quizás suene mucho más natural una traducción del español al inglés hecha por un mexicano que habla bien el inglés de su zona, que el texto de un artículo escrito en inglés por un periodista australiano. Es mucho más probable que un costarricense comprenda mejor una traducción al castellano hecha por un estadounidense que habla bien el castellano de Costa Rica, que un editorial típico en castellano del periódico El País de España. Lo he comprobado en la práctica y comencé a dedicarle atención al fenómeno desde que una vez le regalé a mi hermanita chica el libro Platero y yo cuando ya tenía edad para leer esas cosas; tras muchos esfuerzos rompió a llorar y lanzó el libro a la cama para no cogerlo otra vez en su vida, diciendo que no entendía nada. Y, claro, tenía razón.

Acabo de hablar con un amigo muy ilustrado y culto que ha vivido en muchos países y que ha participado en no pocas misiones internacionales diplomáticas secretas y cosas de esas y me confiesa que no soporta los doblajes de películas realizados en unos determinados países de nuestro mundo hispánico; su oído está habituado a lo mexicano, que es lo que ha predominado en nuestro país entre todo lo de fuera. El estilo mexicano no le molesta. Pero otros sí. Entonces para mi amigo ¿qué sería «nativo», costarricense y mexicano y punto? No se lo he preguntado. Pero me da lugar a preguntarme en esa misma línea si un ecuatoriano consideraría nativo un texto en estilo boliviano, por ejemplo, o si un español consideraría nativo un texto hondureño y así podríamos hacernos centenares de preguntas cuya respuesta conocemos de sobra.

La función del idioma como instrumento sustentador del chovinismo y de la obsesión que tiene cada pueblo con asomar como el mejor por sobre todos los demás y con la necesidad de divulgar toda esa soberbia urbi et orbe, ha privado por sobre la necesidad de comunicarse. Quizás mucho no queramos comunicarnos porque quizás no queramos escuchar algunas verdades que no nos gustaría escuchar ya en el análisis comparativo, pero debería ser nuestra primera prioridad. Yo no sé qué será «nativo» en castellano. Para el costarricense medio los demás, fuera de Centroamérica, en los demás países hablan y escriben «raro» o, bueno, «curioso», «interesante». Hemos ganado en nacionalismo y en indumentaria pintoresca lo que hemos perdido en cohesión cultural y capacidad de comunicación. No hay tal «native» por lo que a mi respecta, ni en inglés ni en castellano, a menos que estemos hablando del inglés o del castellano de un determinado sitio, pero a exclusión de los demás. Los rusos, los japoneses, los chinos y Bill Gates lo tienen mucho más claro que nosotros. Importa el contenido, no el estilo. Importa que la cosa que hay que decir esté dicha clara y comprensiblemente, correctamente, como para garantizar un pleno entendimiento, y para lograr esto no es necesario ser del sitio en que hay que decirlo ni ser un hablante nativo del idioma en que hay que decirlo; la historia de la humanidad está repleta de casos que prueban esto. Pero también es cierto que hay muchas más personas en el mundo que suspiran por la moda que las que suspiran por el conocimiento y el avance de la especie. El estilo, el sinónimo que se escoja para ello, lo de si se habla en tercera o en primera persona, en participio o de otro modo, y otras tantas consideraciones esencialmente de forma, son apenas el atuendo y el afeite de este personaje tan delicado como es el idioma, en tanto que medio de comunicación y transmisión.

Orlando García Valverde
19 de Septiembre de 2005


(Publicado con permiso del autor).

Si quieren leer partes de la interesantísima vida de Orlando, los invito a entrar en:
http://www.alephtranslations.com/espinvitados.htm



[Edited at 2005-12-08 02:03]
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Monica Nehr
Monica Nehr
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mil aplausos y mil gracias por el texto, te pasaste... Dec 8, 2005

Aurora Humarán wrote:



¿QUÉ ES «NATIVO»?

Una de las advertencias que con más frecuencia se tramitan en el ámbito de la traducción y de la interpretación (y me limito a castellano e inglés en este comentario concreto para abreviar), es la de que el trabajo tiene que ser realizado por un «native speaker»; lo expreso así en inglés porque es un concepto que por primera vez escuché de anglohablantes, concretamente anglosajones, y que he continuado escuchando principalmente de personas de ese conglomerado. De esto y del hecho de que mi medio lingüístico costarricense parece no estar obsesionado con este requerimiento sobre el que insisten los anglosajones que viven en él, deduzco en primera instancia que corresponde a un prurito eminentemente anglosajón. Por supuesto que hay personas en todo el mundo que exigen que las traducciones para su medio lingüístico sean hechas por personas de su medio, pero parece que el asunto no es de determinante importancia en la mayoría de los países y que esas personas están en minoría, tanto dentro del gremio como fuera de el. Esta ha sido mi primera observación.

Ahora, tras mucho recorrer estos caminos, he comprobado que hay naciones enteras en donde esto no solo no parece ser importante, sino que oficialmente lo prueban; en Costa Rica, por ejemplo, los «traductores oficiales» (que en otros países se conocen como jurados, públicos, certificados, etc.) somos calificados y posteriormente acreditados por el Ministerio de Relaciones Exteriores por cada par de idiomas, y se nos acredita de manera automática para traducir indistintamente en este caso del inglés al castellano y del castellano al inglés (igual en los demás pares de idiomas). He visto en mi intercambio con colegas argentinos que priva en Argentina la misma idea de que si podemos traducir del inglés al castellano también del castellano al inglés, y es lo que también están facultados a hacer los traductores argentinos; esto tiene toda la lógica del mundo. Sería absurdo pensar que puede darse una garantía de fidelidad y rigor técnico si quien hace el trabajo conociera uno de los dos idiomas mucho más que el otro dentro de lo razonable. Excluyo de mi comentario las erudiciones extraordinarias y las excepciones que casi nada tienen que ver con la vida real o con el trabajo que realizamos cotidianamente.


Un tercer elemento que termina de convencerme de lo que siempre he pensado al respecto proviene de mi experiencia como diplomático de mi país en la URSS, de mi contacto con algunos traductores muy famosos en ese medio, el de Brezhnev, por ejemplo, de los prospectos y manuales de herramientas e instrumentos del Japón y la China y del proyecto general de Bill Gates. En el caso de la URSS y de los prospectos, comprobé que la transmisión al castellano o al inglés era obra de nativos, sí, pero de nativos de ellos, del idioma de origen, hacia fuera, hacia el idioma de destino. En el caso de los rusos hispanohablantes o francohablantes que he conocido personalmente la reproducción es casi perfecta y nunca habían salido de sus fronteras porque el mismo sistema se los impedía. Ahora bien ¿que su forma de redactar y construir tiene en cada caso un tinte especial que no sería el mismo que yo le doy habitualmente a mis formas de expresión y en mi «patio»? Sí, ¿y qué? Si la explicación es correcta y yo la he entendido correctamente ¿qué mas da? Resulta además irónico que más fácilmente permitamos como bueno un yerro de «los mismos» que una corrección de «los de fuera».

En el caso de Bill Gates y concretamente respecto del mundo hispánico, habrá hecho la misma comprobación que yo de que las muchas variedades del castellano existentes están separadas por tantas diferencias no funcionales, sobre todo de
tipo nacionalista, que podría vislumbrarse hasta una posible incomunicación en un futuro previsible. Con su ahora imprescindible aparataje computacional y sin ataduras emocionales a país alguno hispanohablante en particular por lo que a forma de expresión se refiere, tiene todo el campo llano para imponer, por medio de su formidable equipo lingüístico, un léxico y un sistema de comunicación estándar en «nuestra» propia lengua. Esto ya es culpa de nosotros los hablantes de siempre a quienes nos ha importado más cómo hablamos en nuestras respectivas localidades que la comunicación misma para la cual fue creado el idioma.

¿Qué es nativo, de dónde? En inglés, y expresándome así a la ligera y más bien en términos superficiales, podría mencionar distintos estilos de inglés que me vienen a la mente y que, decididamente, se distinguen entre sí en vocabulario, acento, idiosincrasia, forma de construir, sistema de creencias, objetos, producción, etc.: australiano, neozelandés, el de Hong Kong, estadounidense, jamaiquino, londinense, el de Liverpool, beliceño, canadiense, etc., cada uno con aun más variantes locales, claro. Y en castellano, bueno, empezamos en España y terminamos en Tierra del Fuego con unas veintidós variedades bien definidas y muchas modalidades locales más. Para un habitante de Utah quizás suene mucho más natural una traducción del español al inglés hecha por un mexicano que habla bien el inglés de su zona, que el texto de un artículo escrito en inglés por un periodista australiano. Es mucho más probable que un costarricense comprenda mejor una traducción al castellano hecha por un estadounidense que habla bien el castellano de Costa Rica, que un editorial típico en castellano del periódico El País de España. Lo he comprobado en la práctica y comencé a dedicarle atención al fenómeno desde que una vez le regalé a mi hermanita chica el libro Platero y yo cuando ya tenía edad para leer esas cosas; tras muchos esfuerzos rompió a llorar y lanzó el libro a la cama para no cogerlo otra vez en su vida, diciendo que no entendía nada. Y, claro, tenía razón.

Acabo de hablar con un amigo muy ilustrado y culto que ha vivido en muchos países y que ha participado en no pocas misiones internacionales diplomáticas secretas y cosas de esas y me confiesa que no soporta los doblajes de películas realizados en unos determinados países de nuestro mundo hispánico; su oído está habituado a lo mexicano, que es lo que ha predominado en nuestro país entre todo lo de fuera. El estilo mexicano no le molesta. Pero otros sí. Entonces para mi amigo ¿qué sería «nativo», costarricense y mexicano y punto? No se lo he preguntado. Pero me da lugar a preguntarme en esa misma línea si un ecuatoriano consideraría nativo un texto en estilo boliviano, por ejemplo, o si un español consideraría nativo un texto hondureño y así podríamos hacernos centenares de preguntas cuya respuesta conocemos de sobra.

La función del idioma como instrumento sustentador del chovinismo y de la obsesión que tiene cada pueblo con asomar como el mejor por sobre todos los demás y con la necesidad de divulgar toda esa soberbia urbi et orbe, ha privado por sobre la necesidad de comunicarse. Quizás mucho no queramos comunicarnos porque quizás no queramos escuchar algunas verdades que no nos gustaría escuchar ya en el análisis comparativo, pero debería ser nuestra primera prioridad. Yo no sé qué será «nativo» en castellano. Para el costarricense medio los demás, fuera de Centroamérica, en los demás países hablan y escriben «raro» o, bueno, «curioso», «interesante». Hemos ganado en nacionalismo y en indumentaria pintoresca lo que hemos perdido en cohesión cultural y capacidad de comunicación. No hay tal «native» por lo que a mi respecta, ni en inglés ni en castellano, a menos que estemos hablando del inglés o del castellano de un determinado sitio, pero a exclusión de los demás. Los rusos, los japoneses, los chinos y Bill Gates lo tienen mucho más claro que nosotros. Importa el contenido, no el estilo. Importa que la cosa que hay que decir esté dicha clara y comprensiblemente, correctamente, como para garantizar un pleno entendimiento, y para lograr esto no es necesario ser del sitio en que hay que decirlo ni ser un hablante nativo del idioma en que hay que decirlo; la historia de la humanidad está repleta de casos que prueban esto. Pero también es cierto que hay muchas más personas en el mundo que suspiran por la moda que las que suspiran por el conocimiento y el avance de la especie. El estilo, el sinónimo que se escoja para ello, lo de si se habla en tercera o en primera persona, en participio o de otro modo, y otras tantas consideraciones esencialmente de forma, son apenas el atuendo y el afeite de este personaje tan delicado como es el idioma, en tanto que medio de comunicación y transmisión.

Orlando García Valverde
19 de Septiembre de 2005


(Publicado con permiso del autor).

Si quieren leer partes de la interesantísima vida de Orlando, los invito a entrar en:
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[Edited at 2005-12-08 02:03]


 


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