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Portfolio
Sample translations submitted: 3
Spanish to English: Excerpt from "I Will Treat You Like A Queen" by Rosa Montero General field: Art/Literary Detailed field: Poetry & Literature
Source text - Spanish –Está muerto –se asustó Bella.
El chico se sonrió de medio lado, burlón y despectivo. Tenía los labios tan pálidos y abultados que parecian los rebordes de una vieja cicatriz.
–Bah. Ni eso –dijo, arrastrando la ese.
–¿Tú crees?
–Está ciego, está tirado. Es un pringao.
El bulto del suelo rebulló y gruñó, como quejándose.
–Pero está enfermo –insistió ella.
El chico echó la cabeza para atrás, entrecerró los ojos y dejó resbalar la mirada por las mejillas. Era de menor estatura que Bella y no debía gustarle el tener que mirar de abajo arriba.
–Sí, enfermo… Enfermo de mierda –contestó.
Se inclinó y recogió algo del suelo, junto a la taza del retrete. Se lo mostró a Bella abriendo mucho la palma de la mano. Era una jeringuilla sucia.
–Mira, tía, ¿sabes lo que es esto? El biberón de los niños malos.
–Qué asco. Sois todos unos degenerados.
–Menos rollos, tía, menos rollos –rió el chico–. No es peor que otros maneras de matarse. Además a mí me la trae floja, ¿entiendes? Yo he venido a mear. Pasando del asunto.
Se agarró los huevos con ambas manos con gesto provocativo. Llevaba unos pantalones vaqueros muy ajustados y dos talla más pequeñas que la envergadura de su sexo, o quizá tenía un sexo dos veces más grande de lo que correspondería a su cuerpo adolescente, o a lo mejor es que se metía trapos para aumentar el volumen del paquete. Dio media vuelta, se dirigió a una de las bacinillas de pared y se puso a orinar. Bella desvió la vista, un poco turbada a su pesar. Una tontería, porque el macarrita tendría diecisiete o dieciocho años, era un aprendiz de chulo, un niño, nadie. Podría ser su hijo, si ella hubiera tenido hijos. Se sintió furiosa y con ganas de darle un bofetón en esa cara blanda y a medio hacer. Si ni siquiera había acabado de crecer, el desgraciado.
–Oye, tú, ya está bien. Hay que sacar a éste de aquí –gruño.
–Y a mí qué –contestó el chico sin volverse.
–Es amigo tuyo.
–Yo no tengo amigos.
Qué asco de lugar, se dijo Bella. Una bombilla pelada en el techo, los azulejos amarillentos y pringosos, olor a meadas rancias. Qué asco de club, qué asco de vida, qué asco de trabajo.
–Pero le conoces.
–Eso sí. Es bueno conocer a todo el mundo. Para saber con quien te andas –dijo el chico subiéndose la cremallera.
El bulto abrió los ojos y dejó escapar una mirada vidriosa y ciega. Era también muy joven, apenas unos años más que el macarrita. O quizá pareciera mayor por lo deteriorado de su aspecto. Estaba lívido, consumido, muy delgado. Se doblaba sobre sí mismo con encogimiento animal y su cabeza rozaba la apestosa aureola oscula que, con el tiempo, se había ido formando en torno a la taza del retrete.
–Éste es un julai –explicó el chico apaciblemente, acercándose a ella–. Un soplón. Consigue el caballo soplando a los maderos. Y le dan mierda, mierda cortada con bicarbonato, mierda en las venas, mierda en el coco. Hace falta ser imbécil. Por eso yo, de picarme, nada. Además el caballo estropea mucho. Chupa los músculos. Como un vampiro.
Y reía y se palpaba los biceps, escasos y infantiles, que se dibujaban bajo la ajustada camiseta negra.
Estoy harta de todos, pensó Bella. De todos estos chicos impertinentes, y derrengados, y dañinos. Qué generación.
–Sabes dónde vive?
–A lo mejor. Pero tendría que refrescarme la memoria.
–Mil pesetas si te lo llevas de aquí.
–Que sea talego y medio. Hay que coger un taxi.
–Está bien. Date prisa.
El chico agarró al otro por los sobacos y lo levantó como un pelele.
–Venga, tío, que no vamos a casita.
El soplón sonreía y babeaba y decía . Se escurrió de entre los brazos del macarra y cayó al suelo como un saco de patatas.
–Ay va, qué hostión se ha dado –se desternillaba el chico con sus labios como heridas.
–Sí, sí, sí –farfullaba el otro.
Al fin, medio a rastras, medio en volandas, lo sacaron del retrete. Menéndez se asomó sobre la barra y les miró con gesto avinagrado.
–¿Qué pasa?
–Nada –contestó Bella–. Dame 1.500 pesetas.
–¿Para qué?
–¿Prefieres que avisemos a la policia?
Menéndez calló y rebuscó el dinero en la caja, refunfuñando:
–Parásitos, gentuza…
El chico cogió los billetes sin dejar de reír y salió del club acarreando su destrozo.
–Y tú, Bella ¿aún estás así? A ver si te pones a actuar de una vez –barbotó Menéndez.
–Entré en los servicios a cambiarme de traje. Si arreglaras el servicio de mujeres no tendría que perder el tiempo con estas cosas.
Así iba todo en el Desiré. Lo que se rompía ya no se recomponía. El club se deshacía en el olvido, se pudría como un cadáver gigantesco. Las bombillas rotas, la moqueta alternando peladuras y costras de añejas vomitonas, el retrete femenino atrancado con mierdas milenarias. Y esas palmeras de la decoración, anémicas de color, con el cartón despellejado y despuntado.
–Señorasssss, señoresssss, distinguido público, muy buenas noches, bienvenidos al Desiré Club. Y hoy con un saludo muy espesial a todos los Luises, en su día. Y a las Luisas también, naturalmente, no nos olvidemos de las señoras. Para ellos, muchas felisidades, y para todos ustedes mi deseo de que pasen una velada muy, muy, agradable. Con unas copas, con amigos, y con un poquito de música. Vamos a empesar con ese conosido bolero que inmortalisó Olga Guillot y que se titula…
Cuando actuaba, y sólo entonces, Bella Isa siempre salpicaba de eses su castellano, porque consideraba que eso le daba al asunto un toque chic y tropical. Se subió el tirante del vestido, que se escurría por encima del hombro izquierdo y atrancaba su brazo a la altura de la vacuna. le había dicho años atrás Macario, uno de sus primeros novios, refiriéndose a la hundida cicatriz virólica. ,
le chuleó otro tip mucho tiempo después, aquel bruto de quien no quería acordarse. –Buf, los hombres… –murmuró Bella para sí con el tono definitivo de quien lo dice todo.
Se lamió la pequeña mella del diente con gesto mecánico: le producía cierto placer apretar las mandíbulas y dejar pasar saliva a presión por el agujero, empujándola con la lengua. Ajustó el ritmo en el melotrón y el aparato comenzó a palpitar con su chis-pún chis-pún chis-pún de batería artificial, como un animalito dócil. Lo nuestro es vida, espasio y tiempo, un sol que brilla y un firmamento, un río que canta, es mar y es playa, es brisa y viento. En la penumbra del local no debía haber más de una docena de clientes. Viejos nostálgicos, jóvenes borrachos, adultos solitarios y borrachos. Lo que se dice un público selecto, el sueño dorado de toda artista. Lo nuestro es alma, es risa y llanto, confiansa y selos, es noche y luna, es lluvia y fuego, porque lo nuestro es amor, amoooooor.
–T’iba yo dar a ti amor, tía buena, te se iba a chorrear por las orejas –barbotó desde la sala un animal enpapado en ginebra.
–Pero, encanto –zumbó Bella–, ¿tan pocas roscas te has comido que todavía no sabes que no es por las orejas por donde se hace eso?
Menéndez seguía agazapado tras el mostrador, allá a lo lejos, devorando su eterno libro, las novelas pornográficas que él camuflaba entre tapas falsas, con tan poca pericía que llevaba siete años con las mismas cubiertas, siete años sospechosamente embebido en un Los tres mosqueteros inacabable, pasando hojas a toda velocidad y mostrando cierta tendencia a refrotarse frontalmente contra el fregadero, el muy cochino. Junto a él, un neón parpadeante iluminaba dos hileras de botellas llenas de polvo y el mural de detrás de la barra: una playa, cocoteros, tres negras desnudas de pechos descomunales y borrosos. Con el tiempo, la pintura había engordado y se descascarillaba facilmente. De todas maneras nunca fue un buen dibujo: las gaviotas parecían bombarderos y el barquito que se perdía en el horizonte tenía el inconfundible aspecto de un zapato. Lo nuestro es vida, minuto eterno, es primavera, también invierno, lo nuestro es todo y todo es nuestro, porque es amooooooor, amooooooor, aaaamooooooor.
Sonaron unas palmas solitarias a lo lejos, apagadas por el ruido de las conversaciones, y Bella, adivinando al Poco tras el aplauso único, envió una sonrisa agradecida y ciega hacia las sombras.
–Grasias, grasias, distinguido público, por su cariñosa ovasión –añadió vengativamente a la alcachofa del micro–: Ahora voy a tener el plaser de interpretarles una bonita cansión que se titula…
Este era un tema que le gustaba especialmente. Y también le gustaba cantar, aunque a veces lo olvidara. Pero interpretar boleros en el Desiré era como hacer juegos de manos en un asilo de ciegos: nadie hacía caso. Con el tiempo, Bella había aprendido que ser artista era algo muy distinto a lo que imaginaba siendo niña. Y eso que ahora, por lo menos, estaba el Poco, que era un tipo muy raro pero que de boleros sabía más que nadie. Era un espectador de lujo, experto y entrenado.
–Necesito un corasón que me acompañe, que sienta todo, que sea muy grande, ue sienta sobre todo lo que siento, no importa del color que lo hayan hecho, yo quiero un corasón que me acompañe, que meá-compañeeeee…
Qué letra tan bonita: un corazón que sienta sobre todo lo que siento, ésa era la cosa, el meollo, el intríngulis de la vida. Eso era lo que ella echaba de menos cuando se despertaba a las tres de la tarde, con la sábana sudada y enrollada a las cadera: en el patio reverberaba el ruido de platos de las comidas familiares y ella extendía el brazo a tientas hacia la mesilla, para desayunarse con el humo del primer cigarrillo. O cuando salía del club de madrugada y la calle olía a basuras, a la huella de los pasos diurnos, a miedo de hembra sola en calle oscura. Entonces atravesaba la noche en un trote, perseguida por un barrunto de amenazas, y su portal, de día tan próximo al Desiré, parecía a esas horas lejanísimo. El mundo no estaba hecho para mujeres solas, reflexionó Bella, a pesar de todo lo que dijeran las feministas esas. Y, sin embargo, pese a estar convencida de esa verdad tan grande, ella llevaba largo tiempo sin varón. Porque, sí, tu hombre puede esperarte a la salida del trabajo y defenderte de los peligros callejeros, pero, ¿quién te defiende luego de tu hombre? Mejor sola que mal acompañada. En realidad ella no se podía quejar: estaba sana, tenía casa y trabajo, disfrutaba cantando. Que más quisieran muchas de las que empezaron con ella y acabaron quien sabe cómo. Ahora mismo, por ejemplo, ella era lo que se dice feliz interpretando este bolero tan bonito, yo quiero un corazón que me acompañe.
–Que me acompañe hasta el final de nuestra vida original y que me quiera de verdá, que me quiera como yo también lo quiera, que dé su vida por mi vida entera, que llene de carisias mi ternura, que diga que me quiera con locura, yo quiero un corasón que me acompañe, que me acompañeeeeee.
Chin-pún. Se bajó del estrado y se enfundó en su guardapolvos color ciclamen, para proteger el traje de estrella mientras atendía la barra.
–Estás muy callada hoy, Bella –dijo el viudo de los ultramarinos de la esquina, que era asiduo.
–Para lo que hay que decir…
Menéndez se sirvió un agua tónica y se retiró a un extremo del mostrado agarrado a su libro. Era un hombre menudo y esquelético, con la incongruencia de una barriguilla puntiaguda, más propia de desnutrición que de filetes. Tenía una piel amarillenta que dejaba entrever la pereza de su higado, y la boca torcida y perennemente apretada de quien padece mala dentadura o mala leche. Tenía también una mujer y tres hijos pequeños que jamás habían aparecido por el local, y un desmedido afán de probidad que le hacía sulfurarce cada vez que oía un taco, empalidecer ante el estallido de una blasfemia y regir el mortecino Desiré con las mismas infulas con que dirigiría el baile de Principiantas de la Ópera de Viena. Bajo su mano, el Desiré, un antiguo y sólido bar de putas, se había hido deslizando a tierra de nadie, hasta convertirse en un club fronterizo de barrio fronterizo, un local carente de ubicación y de color, de cuyos escasos y hetergéneos clientes siempre podía caber la sospecha de que hubiesen entrado por azar, en una urgencia urinaria o a lacaptura de un teléfono. Bella llevaba en el Desiré ocho años, entró con la antigua dueña justo poco antes del traspaso, y Menéndez siempre había sospechado que ella era algo puta.
–Mejor me hubiera ido si lo fuera.
Entonces, al principio, las palmeras estaban repintadas y el cartón relucía muy verde y vegetal. Entonces era un local decente, y no como ahora. Ahora los chulitos grababan a punta de navaja las patas de las mesas, y los viejos mojaban de incontinencia los sillones, y los quintos llenaban el aire con un pestazo a sudor de soldadesca, y un día dos adolescentes se pusieron a hacer el amor en el servicio en desuso de mujeres, y últimamente embezaban a venir drogadictos desperdigados y silenciosos a inyectarse veneno en el retrete. Un asco.
–Dame un paquete de uíston, tía.
Era el macarra que antes se había llevado al tipo enfermo.
–Son 140 –dijo Bella, poniendo la cajetilla sobre el mostrador.
–¿Y para los amigos? –contestó el chico sujetándola por la muñeca. El muchacho tenía la mano morena y caliente.
Bella se soltó con desabrimiento.
–Creí que no tenías amigos. Son 140 pesetas.
¿Qué pintaba ella allí, por qué seguía Menéndez contratándola? Cantante de boleros en un mundo en el que ya no se llevaban los boleros. Ni ella ni el Desiré tenían futuro. El club iba cada vez peor y de continuar así pronto tendrían que cerrarlo.
–Has cantado muy bien hoy, Bella.
–Ay, Poco. Me has asustado. Gracias.
Le ponía nerviosa la costumbre que tenía el Poco de desplazarse como una sobra, sin hacer el menor ruido: de repente aparecía encima de ella, con su voz rasposa y su fría e inexpresiva cara de lagarto. El Poco encendió uno de sus apestosos cigarrillos de picadura: protegía meticulosamente la llama del mechero con la mano, como si en el interior del Desiré soplara un huracán.
–¿Quieres un trago? –preguntó Bella.
–Gracias.
Le sirvió una copa de coñac y dejó la botella en el mostrador.
–Pues sí señor, has cantado muy bien. Como Eydie Gorme en sus mejores tiempos.
–Oye, Poco, ¿es verdad eso de que has trabajado en el Tropicana?
–¿Te extraña? –preguntó él con una sonrisa aguada.
Bella se sonrojó. Sí, le extrañaba. No podía creer que ese hombrecillo hubiera estado en el Tropicana, de La Habana, de Cuba. En el Tropicana que era el mejor cabaret del mundo, el palacio del bolero, la meta de sus sueños. Cuando aún tenía sueños, hace años.
–Pues sí. Es verdad. He trabajado allí. Pero hace mucho tiempo de todo esto.
Era un tipo raro, el Poco. Un día había llegado al Desiré acarreando una bolsa negra de plástico, como salido de la noche y de la nada. De eso hacía tres meses y la bolsa seguía en el guardarropa y el Poco seguía en el local. Se quedó, así de simple. A veces servía copas, pero en general no hacía nada, sólo beber y estar ahí. Bella suponía que Menéndez le había contratado como portero o como guardaespaldas, aunque en el club había pocas espaldas que guardar.
–¿Y qué hacías allí? –preguntó Bella.
–Era feliz.
–Quiero decir que de qué trabajabas.
–Escribía boleros. Y era jefe de sala. O sea, jefe de matones. Siempre se me ha dado bien eso, ser matarife. Lo único que he hecho bien en mi vida ha sido matar. No tiene ningún mérito, es la cosa más fácil del mundo.
–Qué cosas dices, hombre… –bromeó Bella.
Pero se estremeció. El Poco tenía algo secreto e inquietante. No era alto, pero poseía un cuerpo correoso, de músculos duros, como abrasados. La edad indefinida y la cabeza grande, con el pelo cano cortado a cepillo, el cogote bestial y un rostro de piel roja y maltrecha, vacío de expresión, aletargado. Vestía una sucia camiseta marrón de manga corta; sobre el biceps tenía tatuada, en bicolor, la frase a la debía el sobrenombre, y la leyenda se encogía y estiraba en su orla, retorciéndose como una cosa viva al compás del movimiento del músculo.
–Aquello fue hace muchos años –dijo el Poco lentamente con su voz de estrangulado.
Apuró el coñac de un trago y se sirvió otra copa. El cigarrillo se había apagado y ahora colgaba pegado a la cascarilla de sus labios, ensalivado y amarillento.
–Hace muchos años. Era cuando yo tenía tiempo todavía. Ahora ya no tengo tiempo, se me ha acabado. Ya no hay horas, ni días, ni mañanas, ni noches. Todo es lo mismo. Esto es lo más dificíl de soportar. A veces me parece que me vuelvo loco.
–Qué gran verdad es ésa, Poco.
Qué gran verdad. Bella nunca lo había pensado así, así de bonito y de bien dicho, pero lo sentía como suyo. También a ella se le había acabado el tiempo. Ni se dio cuento de cuándo fue, de cómo. Pero hacía años que no tenía recuerdos, hacía años que todos los dias eran el mismo día, que las semanas se confundían las unas con las otras. Hacía años que le había dejado de esperar que sucediera algo. Y la hubiera visto por dentro. Ese Poco extraño, y viejo, y feo, y algo repugnante. Como si la conociera toda. Sintió un hormigueo en la boca del estómago, una blandura en las rodillas.
–Nesesito una corasón que me acompañe, que sienta todo, que sea muy grande, que sienta sobre todo lo que siento… canturreó Bella para sí.
El Poco se había retirado a su territorio habitual, al chiscón del guardarropa: solía acabar las conversaciones abruptamente, sin avisar. Los últimos clientes se estaban marchando. Se fue el macarra, contoneándose en sus pantalones demasiado pequeños. Se fueron los dos jubilados del fondo. Se fue la señora de pelo gris que solía venir todas las noches, sola, con una bolsa de la compra que chorreaba lacias hojas de acelgas, a beber una copa de moscatel de madrugada. Bella terminó de colocar los vasos en el anaquel y se enjugó después las manos con el guardapolvos. Atusó su moño con gesto mecánico, se quito la bata y tironeó de la falda hasta ajustarla sobre las carnosas caderas: estaba cansada y no tenía ganas de cambiarse de traje.
–Buenas noches, Poco.
–Buenas noches.
Salió del Desiré y se detuvo un momento en la puerta, indecisa. Olió el aire de la madrugada y lo encontró raro, con un espesor distinto al habitual. Debe ser por el comienzo de verano, se dijo. Pero la calle estaba vacía y oscura, había algo maligno en el ambiente. A lo lejos sonó un estallido seco, quizá un disparo: rebotó en el silencio desde unas manzanas más allá, desde el corazón del barrio chino. Se estremeció y entró de nuevo en el club, amedrentada sin razón, como cuando era niña. Se quedó de pie frente a la barra sin saber qué hacer, intentando encontrar una excusa para disimular lo ridículo de su regreso. El Poco se la quedó mirando con cara de saber. Salió calmosamente de su chiscon.
–Te acompaño a casa, Bella.
Menéndez, que estaba haciendo caja, levantó la cabeza:
–¡Eh, espera, no puedes irte, tienes que cerrar! –graznó.
Pero el Poco ni siquiera se volvió a mirarle. Cogió a Bella por el codo y la empujó con suavidad hacia la puerta.
–Vamos.
Recorrieron las calles sin hablar, mientras ella preparaba mentalmente mil excusas amablemente disuasorias, porque el Poco tenía un aspecto sucio, y la piel como enferma, y a Bella le daba asco acostarse con él. Pero cuando llegaron al portal el hombre se limitó a acariciar ligeramente su mejilla con un dedo calloso que raspaba.
–Que duermas bien, mujer.
Y cuando el Poco dio media vuelta y se alejó menudo y reseco por la acera, Bella se quedó pensando, incongruentemente, que casi lamentaba que se fuera.
Translation - English [Excerpt from English translation of Te trataré como a una reina by Rosa Montero] Chapter 2
“He’s dead,” Bella gasped.
The boy smirked at her contemptuously. His pale, bulging lips looked like the edges of an old scar.
“Nah. Not quite,” he said, slurring slightly.
“You’re sure?”
“He’s gone. Wasted. What a dumbass.”
The lump on the floor shifted and groaned, as if in protest. “But he’s sick,” she insisted.
The boy tilted his head back, narrowed his eyes, and glanced at her sideways. He was shorter than Bella and didn’t like having to look up at her.
“Yeah, sick... sick from this shit,” he replied.
He bent over and picked something up off the ground next to the toilet. Opening his hand with a dramatic gesture, he showed it to Bella. It was a dirty syringe.
“Look, lady, you know what this is? Mother’s milk for bad boys.”
“That’s disgusting. You’re all a bunch of degenerates.”
“Don’t be a drag, babe,” he laughed. “It ain’t worse than killing yourself some other
way. Anyway, I don’t give a shit. I came here to piss. ‘Scuze me.”
He grabbed his balls provocatively with both hands. The kid was wearing tight jeans
two sizes too small in the crotch. Either his dick was twice the size that his adolescent body would indicate, or, more likely, he was packing a couple socks in there to make it look bigger. After she moved aside, he headed to one of the receptacles on the wall and started to urinate. Bella averted her eyes, a little disturbed by her sadness. It was silly, but the punk
was seventeen, maybe eighteen, a thug-in-training, a kid, no one. He could have been her son, if she had had children. She was suddenly furious and wanted to smack his young face, almost did it. If only he had never been born, the scum.
“Hey, you, that’s enough. You need to get this guy out of here,” she demanded. “Why me,” the boy replied without turning around.
“He’s your friend.”
“I don’t have friends.”
What a disgusting place, Bella said to herself. A bare lightbulb in the ceiling, the yellowing greasy tiles, the smell of rancid piss. What a disgusting club, what a disgusting life, what a disgusting job.
“But you know him.”
“Yeah. It’s good to know everyone. That way you’ve got some idea who you’re hanging out with,” he said, zipping his pants.
The lump opened his eyes and looked weakly around. He was young, too, just a few years older than the punk. Or maybe the deterioration of his body was what made him look older. He was flushed, gaunt, and very thin. Curled up in the fetal position, his head brushed the nauseating black ring which, with time, had formed around the toilet.
“This guy’s a narc,” the boy explained mildly. “A snitch. He got the dope from the pigs for snitching. And they gave him shit, shit cut with baking soda, shit in his veins, shit in his shit. His own fault for being an idiot. That’s why it don’t bother me. Also dope ruins your body. Sucks away your muscles. Like a vampire.”
He laughed and flexed his biceps, scrawny and childlike as they were, visible beneath the tight black shirt.
I’m sick of them all, Bella thought. Of all these impertinent, rotten, offensive boys. What a generation.
“Do you know where he lives?”
“Maybe. But you’ll have to refresh my memory.”
“A thousand pesetas if you get him out of here.”
“I’ll need a grand and a half. I gotta get a taxi.”
“Fine. Hurry up.”
The boy grabbed the other by the armpits and picked him up like he weighed
nothing.
“Come on, man, we’re going home.”
The snitch smiled, drooling, and said, “yes, yes, yes”. He slipped out of the punk’s
arms and fell to the ground like a sack of potatoes.
“Damn, you really knocked yourself good,” laughed the boy with his lips like
wounds.
“Yes, yes, yes,” babbled the other.
In the end, half-dragging, half-carrying, they got him out of the bathroom. Menéndez
poked his head out from the bar and regarded them sourly. “What happened?”
“Nothing,” Bella answered. “Give me fifteen hundred pesetas.”
“For what?”
“Would you rather us call the police?”
Menéndez shut up and took the money out of the register, grumbling, “Parasitic
scum...”
The boy grabbed the bills, still laughing, and left the club carrying his burden.
“And you, Bella, what were you doing in there?” Menéndez growled. “Didn’t think
you were the type.”
“I went in the bathroom to change my clothes. If you’d fix the women’s, I wouldn’t have to waste my time with this stuff.”
That’s how things went in Club Desire. That which got broken was never fixed. The club was dissolving into oblivion, rotting away like an enormous corpse. The broken lightbulbs, the carpet whose pattern alternated between frayed patches and crusts of ancient vomit, the women’s toilet clogged with a thousand shits. And those decorative palm trees, faded and listless, their cardboard leaves shredded and their points torn off.
“Laaaaaadies, gennnnnntlemen, distinguished guests, a very good evenin’ to you all and welcome to Club Desire. And a special greetin’ to any Luises out there, as it’s their saint’s day. To the Luisas too, of course, we mustn’t forget about the ladies. Congratulations to them, and to the rest of you all I hope that your night goes very well. A few drinks, some friends, and now a bit of music. We’re goin’ to begin with this famous bolero, immortalized by Olga Guillot, called “We’ve Got Love”.
When she was performing, and only then, Bella spoke in a heavy Caribbean drawl, because she thought it made her sound exotic and tropical. She pulled up the strap of her dress, which came over her left shoulder and around her arm right where the vaccine had gone. “That’s the mark of quality, girl, like with silver,” Macario, one of her first boyfriends, had told her many years ago, referring to the sunken scar left by the needle. “It’s a ranch brand... all of you cows marked with iron so that when you escape they don’t get you confused,” another man had taunted her with years later, some brute that she didn’t care to remember.
“Ugh, men...” Bella murmured to herself, with the tone of one for whom that phrase explained everything.
Her tongue ran over the small chip in her tooth automatically: it gave her a certain pleasure to clench her jaw and send a jet of saliva through the gap, pushed forward by her
tongue. She adjusted the beat on the Mellotron and the device began thumping its artificial heartbeat, ba-dum, ba-dum, ba-dum, like a docile animal.
All we’ve got is space and time
Stars in the sky and a sun that shines Rivers flowing to endless seas Blustering winds and a gentle breeze.
In the club’s dim light there couldn’t have been more than a dozen people. Nostalgic old folks, drugged-up teens, solitary drunken adults. A “select audience”, as they called it; the biggest dream of any artist.
We’ve got laughter, we’ve got tears Joy and pain and the wisdom of years Fire and ice and the moon above
And baby, we’ve got love, loooooove.
“I’d give you love, sweetcheeks, make your ears drip with it,” some gin-soaked animal in the audience called out.
“Oh, honey,” Bella shot back, “have you fucked so few women that you think that’s where it goes?”
Menéndez was still hidden behind the bar over there, engrossed in his eternal book. He had a habit of camouflaging his smutty novels with false covers, but was so bad at it that he had gone seven years with the same cover, seven years suspiciously absorbed in a never- ending copy of The Three Musketeers, flipping pages as fast as possible and demonstrating a
certain tendency to grind himself against the sink as he read, the pig. A neon sign flickered next to him, illuminating two rows of dust-filled bottles and the mural behind the bar: a beach, palm trees, and three naked dark-skinned women with blurry, enormous breasts. With time, the paint had become warped and flaked off easily. It had never been a very good drawing anyway: the seagulls looked like bomber planes and the sailboat on the horizon bore an unmistakable resemblance to a shoe.
Our love makes minutes feel like hours We’ve got the world and the world is ours It’s summer and fall, winter and spring Baby, our love is everything, everything.
A single pair of hands clapped in the distance, drowned out by the noise of conversation, and Bella, guessing the lone applause came from Poco, sent a grateful smile towards the shadows.
“Thank you, thank you, distinguished audience, for the resoundin’ ovation,” she added vindictively into the microphone. “And now, I would be pleased to perform for you all a beautiful song named ‘My Lonely Heart’.”
The subject matter resonated with her especially. She loved to sing, but performing boleros in the Desire was like doing sleight-of-hand tricks in a home for the blind: no matter how good you were, no one cared. After a while, Bella had learned that the life of an artist was very different than what she had imagined as a little girl. Even if now at least there was Poco, who was extremely strange but knew more about boleros than anyone.
My lonely heart needs someone who
Will stay with me and love me true
Don’t need to know the things you’ve done Just tell me I’m the only one
The only oooooone...
What pretty lyrics: someone who loves me like I long to do, that was the thing, the core, the secret of life. That’s what she was missing when she woke up at three in the afternoon, with the sheets soaked in sweat and tangled around her hips; when from outside she heard the sounds of her neighbors’ family dinner, while her hand groped blindly for the windowsill, for that first cigarette of the day, her breakfast. Or when she left the club in the early morning and the streets smelled like garbage, carrying the traces of daytime pedestrians, and she felt the fear of a woman alone on a dark street. That was when she broke into a jog, pursued by a premonition of danger, and her door, which during the day was so close to the Desire, seemed at that hour to be so far away.
The world wasn’t made for single women, Bella reflected, no matter what those feminists might say. Nevertheless, no matter how convinced she was of this great truth, she had been single for a very long time. Because, yes, your man could wait for you after work and defend you from the dangers of the streets, but then who would defend you later from your man? Better to be single than in a bad relationship.
Actually, she couldn’t really complain: she was healthy, she had a job and a place to live, and she enjoyed singing. What more could they have wanted, the girls who started with her and ended up who knows where? Right now, for instance, she was what they called happy, performing this pretty song, my lonely heart.
My lonely heart needs someone who
Can love me like I long to do
Who treats me right and tenderly Who’ll tell me he’s gone mad for me For meeee...
Ba-dum. She descended from the stage and wrapped herself in a rose-colored apron, to protect the fancy dress while she tended bar.
“You’re quiet today, Bella,” said the widower who owned the grocery around the corner, who was a regular.
“What’s there to say?”
Menéndez served him a tonic water and then retired to a far corner of the bar, captivated by his book. He was a small, skeletal man, his incongruous potbelly more likely the result of malnutrition than gluttony. He had yellowish skin, which hinted at liver failure, and a crooked mouth kept constantly closed, either due to bad teeth or a permanently bad mood. He also had a wife and three kids (none of which had ever appeared in the bar) and a disproportional desire for propriety which caused him to become enraged whenever he heard a swear word, blanch at the expulsion of any blasphemy, and rule the dilapidated Desire with the same pretentiousness as he would the Vienna State Opera. Under his ownership, the Desire, an ancient and established bar for prostitutes, had slowly become a no-man’s-land, a desperate club in a desperate neighborhood, a bar lacking both location and color, whose scarce and interchangeable patrons were just as likely to have come in seeking a bathroom or the telephone as they were for any other reason. Bella had worked at the Desire for eight years, having been hired by the old owner right before the place was sold, and Menéndez had always suspected she was a bit of a whore.
It would have been better if I’d left.
Back then, at the beginning, the palm trees were newly painted, their cardboard very green and plant-like. It had been a decent bar then, not like now. Now the young thugs carved their initials into the tables, the old men soaked the seats with their incontinent bladders, and the draftees filled the air with the stench of unwashed soldiery. One day two teenagers had started having sex in the out of order women’s bathroom, and now the drug addicts, scattered and silent, came to inject themselves with poison in the toilet. Disgusting.
“Gimme a pack of Winstons, babe.”
It was the punk who had taken the sick guy home earlier.
“They’re one forty,” Bella said, placing the pack on the bar.
“What about for a friend?” he asked, putting a hand on her wrist.
Bella pulled away sharply.
“I thought you didn’t have any friends. One hundred forty pesetas.”
Why was she still here? Why did Menéndez keep employing her? A bolero singer in a
world that had no use for boleros. Neither her nor the Desire had a future. The club was getting worse every day, and if things kept on like this, it would have to close soon.
“You sang very well today, Bella.”
“Oh! Poco. You startled me. Thank you.”
It made her nervous, this habit Poco had of flitting about like a shadow, without
making the slightest noise: he would loom over her suddenly, with his raspy voice and his cold, expressionless lizard face. Poco lit one of his malodorous hand-rolled cigarettes, meticulously guarding the lighter’s flame with his hand, as if there was a hurricane raging inside the Desire.
“Would you like a drink?” Bella asked.
“Please.”
She served him a glass of cognac and left the bottle on the bar.
“Yes indeed, you sang beautifully. Like Eydie Gorme in her prime.”
“Hey, Poco, is it true that you’ve worked in the Tropicana?”
“Does that surprise you?” he asked with a faint smile.
Bella blushed. Yes, it did surprise her. She couldn’t believe that this fellow had been
in the Tropicana, in Havana, Cuba. The Tropicana did the best cabaret show in the world; it was a bolero palace, her dream venue. Back when she still had dreams.
“Yes. It’s true. I have worked there. But it was a long time ago.”
He was a strange one, this Poco. One day he had come to the Desire carrying a black plastic bag, like a piece of the night, like a void. That had been three months ago, and the bag was still in the cloakroom and Poco was still in the bar. He was living here, basically. He worked the bar sometimes, but generally didn’t do anything but sit there and drink. Bella supposed that Menéndez had hired him as a porter or a bouncer, although in this club there were few that needed bouncing.
“And why were you there?” Bella asked.
“I was happy.”
“I meant, what job did you do?”
“I wrote boleros. And I was the head waiter. Or rather, head thug. I’ve always been
good at being violent. The only thing in life I’ve excelled at is killing. Nothing to be proud of, it’s the easiest thing in the world.”
“Sure, Poco. Whatever you say,” Bella joked.
But she shuddered. The man had some disturbing secrets, clearly. He wasn’t tall, but had a tough, muscular body. His face, reddened and battered, gave no clue as to his true age. He had buzzed gray hair on an oversized head, a thick neck, and a perpetually blank, droopy expression. He was wearing a dirty brown short-sleeved shirt; on his biceps he had
tattooed, in two-tone, the phrase Poco ruido muchas nueces1, which had spawned his nickname. The text stretched and shrunk with every movement of his muscles, rippling like a living thing.
“All that was a long time ago,” Poco said slowly with his strangled voice. He finished off his glass of cognac and poured himself another. The cigarette had gone out, its wet and yellowed remnant hanging from the husk of his lips.
“A long time. That was when I still had time. I don’t have time anymore, that’s already stopped. I don’t have hours, nor days, nor mornings, nor nights. Everything is the same. That’s the hardest part to bear. Sometimes I feel like I’m going crazy.”
“How right you are, Poco.”
How right. Bella had never thought of it quite like that, that eloquently, but she felt the same way. Time had also stopped for her. She hadn’t noticed when it had happened, or how. But there had been years of which she had no memory, years where every day was the same day, where every week could be confused for another. It had been years since she ceased to expect that something would happen. And Poco had just expressed that feeling so well. As if he could read her mind. This strange, old, ugly, repugnant Poco. As if he knew everything about her. She felt a tingling in the pit of her stomach and weak in the knees.
“My lonely heart needs someone who will stay with me and love me true...” Bella sang softly to herself.
Poco had retired to his habitual territory, the run-down cloakroom: he always ended conversations abruptly, without warning. The last customers were on their way out. The punk left, swaggering along in his too-tight pants, along with the two retirees in the back. So did the gray-haired lady who came every night, alone, carrying a shopping bag full of withered spinach, to drink a glass of muscatel at midnight. Bella finished putting the glasses
1 “Not much ado about something”.

away on a shelf, then dried her hands on her apron. Smoothing her hair with a mechanical gesture, she took off the apron and adjusted her skirt over her wide hips. She was tired and had no desire to change clothes.
“Goodnight, Poco.”
“Goodnight.”
She left the Desire and paused a moment in the doorway, unsure. She smelled the
early morning air and detected something odd, a heaviness that wasn’t usually there. Must be because summer is coming, she said to herself. But the street was empty and dark, and there was something menacing in the ambient. In the distance sounded a sharp bang, maybe a gunshot. It reverberated in the silence, coming from a stand of trees farther down, towards the heart of Chinatown. She shuddered and ducked back into the club, frightened for no reason, like when she was a little girl. She stood in front of the bar, not knowing what to do, searching for some excuse that would make her return seem less ridiculous. Poco gave her a knowing look.
“I’ll walk you home, Bella.”
Menéndez, who was at the register, raised his head.
“Hey, wait, you can’t leave, you need to close up!” he squawked.
But Poco never turned to look at him. He put a hand on Bella’s elbow and pushed
her gently towards the door. “Let’s go.”
They crossed the streets without speaking, while Bella mentally prepared a thousand excuses that might reasonably deter him, because Poco seemed dirty, and his skin looked sickly, and it disgusted her to think of sleeping with him. But when they reached her door, the man did nothing but barely caress her cheek with one calloused finger, which felt rough against her skin.
“Sleep well, girl.”
And long after Poco had turned and walked away, his shape growing ever smaller in the distance, Bella stood there thinking, strangely, that she almost wished he had stayed.
Spanish to English: Rental Contract General field: Law/Patents Detailed field: Law: Contract(s)
Source text - Spanish De una parte, __________________
Y de la otra, ___________________
Contrato de arrendamiento de vivienda
REUNIDOS
INTERVIENEN
Cada uno en su propio nombre y derecho, y se reconocen mutuamente capacidad legal suficiente para el otorgamiento del presente CONTRATO DE ARRENDAMIENTO y,
EXPONEN
I.- Don ________________, denominado en lo sucesivo y a efectos del presente contrato de arrendamiento ARRENDADOR, que es propietario de la vivienda sita en______________________________
II.- Don _________________________, denominada en lo sucesivo y a los efectos del presente contrato ARRENDATARIO, que está interesado en alquilar la mencionada vivienda, para lo cual, ambos acuerdan formalizar el contrato que se articula en las siguientes,
_____ ciudad ,___________ (fecha)
CLAUSULAS
PRIMERA.- El presente contrato se otorga conforme a lo establecido en la Ley 29/l.994 de 24 de Noviembre, de Arrendamientos Urbanos y se regirá por lo dispuesto en la misma, y por lo pactado en este documento.
SEGUNDA.- El piso arrendado es la vivienda sita en__________________, y que se destinará para uso exclusivo de vivienda de la arrendataria y de su familia, con exclusión de todo otro uso, y no podrá por consiguiente, cederlo, realquilarlo o subarrendarlo, en todo ni en parte, ni alojar en él a huéspedes sin permiso escrito del propietario.
TERCERA.- El contrato comenzará a regir a partir del día _____________, concertándose el arrendamiento por el plazo de UN AÑO.
Concluido el periodo contractual pactado, el contrato se prorrogará por la tácita, por periodos de un año, mientras una de la partes no notifique a la otra, en el plazo de 15 días antes de la fecha de vencimiento del contrato o de alguna de sus eventuales prórrogas, su deseo de darlo por terminado.
En cualquier caso, si la arrendataria quisiera desistir del cumplimiento total del contrato, deberá ésta indemnizar al arrendador con una cantidad equivalente a una mensualidad de la renta en vigor por cada año del contrato que reste por cumplir. Los periodos de tiempo inferior a un año, darán lugar a la parte proporcional de la indemnización.
CUARTA.- La renta inicial se establece en la cantidad de ________________ mensuales, debiendo de satisfacerse por la arrendataria dentro de los cinco primeros días de cada mes. El importe de la renta deberá pagarse en el domicilio del arrendador o en la Cuenta Corriente núm. ____________________.
Las partes contratantes convienen que el importe total de la renta que en cada momento satisfaga la arrendataria durante la vigencia del contrato y en sus posibles prórrogas, se acomodará cada año a las variaciones que, en más o en menos, sufra el Indice General de Precios al Consumo que fije el Instituto Nacional de Estadística (u organismo que le sustituya en el futuro), aplicando sobre aquella renta el porcentaje que represente la diferencia existente entre los índices que correspondan al periodo de revisión, teniendo en cuenta que el mes de referencia para la primera actualización será el último índice que esté publicado en la fecha de celebración del contrato, y en las sucesivas el que corresponda al último aplicado.
Translation - English Rental Contract
At ____________ (city), on _______________ (date):
________________ and ________________
ARE GATHERED TOGETHER, each represented under their own name, with their own rights, acknowledging their mutual legal capacity to enter into this RENTAL CONTRACT, and
SIGNIFY THAT:
1. Mr. / Mrs. _________________ , henceforth and as far as this rental contract is concerned referred to as the LESSOR, as he /she is the landlord of the property located at ______________________ , and
2. Mr. / Mrs. ________________ , henceforth and as far as this rental contract is concerned referred to as the LESSEE, as he/she is interested in renting the previously mentioned property, together agree to the terms laid out in this contract, as follows:
CLAUSES:
FIRST – This contract is in compliance with what was established in the Urban Rental Law 29/I.994, on November 24th, and will be interpreted according to what is set out in it, and what has been agreed on in this document.
SECOND – The apartment to be rented is located at _______________ , and will be used exclusively by the renter and his / her family, excluding any other possible use, and therefore may not be re-rented or subleased, neither in whole nor in part, nor may guests be hosted there without written permission from the landlord.
THIRD – The contract will go into effect on ___ / ___ / ___ , with the rental period taking place over the following ONE YEAR.
At the end of the contractual rental period, if one of the parties does not inform the other of their desire to terminate the contract before fifteen days prior to the day the original contract or any of its potential extensions is set to expire, the contract may be tacitly extended for periods of one year at a time.
If, for whatever reason, the lessee wishes to renege on the remainder of the contract, they must compensate the lessor with an amount equivalent to one month’s rent of the property in question for each month that remains in the contractual period. If this period is less than a year, a proportional amount of compensation shall be paid out.
FOURTH – The initial rent shall be established in the form of __________ monthly payments, which must be paid by the lessee before the sixth day of each month. The total amount of the rent must be delivered to the domicile of the lessor or to their bank account (no. _______________ ).
The contracting parties agree that the total amount of the rent paid by the lessee during the period that this contract is applicable, including any potential extensions, will be adjusted each year according to the variations undergone, whether small or large, by the General Index of Consumer Prices published by the National Institute of Statistics (or any organization that may replace it in the future), with the percentage representing the existing difference between the indices corresponding to the adjustment period being applied to the rental sum, taking into account that the reference month for the first adjustment will be the most recent index published before the date the contract is signed, with successive reference months corresponding to each subsequent adjustment.
Spanish to English: Recommendations for prevention of perinatal transmission of the Human Immunodeficiency Virus in Costa Rica General field: Medical Detailed field: Medical (general)
Source text - Spanish La posibilidad de que una mujer embarazada e infectada de virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) transmita este al producto, es entre un 35-45%.1,2 Desde la aparición de los resultados del protocolo ACTG 076 en 1994, donde se demostró que la profilaxis con Zidovudina (AZT) a las embarazadas infectadas de VIH reducía la probabilidad de infección del producto hasta un 67%,3 el uso de terapia antirretroviral preventiva se ha generalizado. Estudios posteriores demostraron que estos resultados se podían obtener también en mujeres con enfermedad avanzada.1 Como se conoce que la mayor probabilidad de transmisión durante el embarazo es en el periodo perinatal, se estableció la pauta de realizar cesárea electiva a toda paciente portadora de VIH.4,5 Tanto el uso de AZT como la cesárea electiva son factores independientes, pero sumatorios, para disminuir la transmisión perinatal del VIH. Con ambos se redujo la posibilidad de transmisión vertical hasta en un 2%.1
En los últimos años se ha demostrado que la profilaxis con AZT se debe ampliar a terapia antirretroviral (TARV) triple, para toda mujer embarazada portadora de VIH, con el propósito de lograr una carga viral no detectable para el segundo semestre del embarazo. Se ha evidenciado que el uso de triple terapia antirretroviral junto con la cesárea programada, disminuye hasta en un 1,2% la posibilidad de transmitir el virus.4,5 Sin embargo, se debe tener en cuenta que la transmisión se ha reportado en madres con todos los niveles de carga viral, incluyendo el no detectable.4 La suspensión de la lactancia materna y el uso de Zidovudina profiláctica en el recién nacido, reducen aún más el porcentaje de transmisión. Los resultados de aplicar todas las actividades preventivas de la transmisión perinatal, predicen la posibilidad de cero transmisión en un futuro cercano.
La aplicación de estas guías tiene como objetivo primordial prevenir la transmisión perinatal de VIH. El tratamiento con antirretrovirales (ARV) en la embarazada infectada por VIH, debe producir supresión completa del ARN del VIH en plasma (carga viral plasmática (CVp) no detectable), para el tercer trimestre o al momento del parto. El riesgo de transmisión se asocia con la vía de parto y con factores maternos como la carga viral, el número de linfocitos T CD4 y el dar o no lactancia materna.
Los ARV muestran diferencias farmacocinéticas en mujeres embarazadas con respecto a otros grupos de pacientes. No se conocen los efectos secundarios de estos medicamentos a mediano y largo plazo, sobre los fetos y los niños. Durante el embarazo, algunos cambios en la tolerancia gastrointestinal de las mujeres dificultan el uso de medicamentos, y los ARV producen diversos grados de efectos secundarios gastrointestinales.
Tomando en cuenta al binomio madre / hijo, la decisión del uso de ARV debe discutirse con la madre y es después del acuerdo entre el equipo de atención interdisciplinario y ella, que se deberá elegir el esquema adecuado.6
Los ARV reducen la transmisión perinatal porque disminuyen la carga viral materna preparto y proveen al recién nacido con profilaxis pre y postexposición. Esta es la razón por la que todas las mujeres embarazadas infectadas por VIH, independientemente de su carga viral, deben recibir ARV a partir de la 12ava semana de gestación o cuando sean detectadas.
Con base en en la evidencia publicada,1,4,7-11 la Comisión Clínica de VIH (CC-VIH) de la Caja Costarricense de Seguro Social, recomienda la siguiente guía de manejo para prevenir la transmisión perinatal del VIH. Esta estrategia se puede aplicar en el momento cuando se inicie el control prenatal y se sustenta en cuatro elementos:
a. Tamizaje de la embarazada en la primera consulta prenatal, idealmente durante el primer trimestre, aunque puede efectuarse en el momento de inicio del control prenatal.
b. Notificación inmediata de pruebas de tamizaje positivas al área de salud correspondiente, para ubicar a la paciente lo más pronto posible, y continuar con las medidas preventivas de la transmisión maternofetal.
c. Disponibilidad de los medicamentos antirretrovirales en las presentaciones oral (tabletas y solución) e intravenosa indicadas en estas guías. El personal de salud encargado de ofrecer estos medicamentos debe conocer su dosis y utilización, efectos adversos, contraindicaciones y consecuencias reportadas sobre el feto y el recién nacido, en procura de ofrecer la consejería adecuada a la madre VIH .
d. Educación continua del personal de salud en todos los niveles de atención, para que la estrategia se desarrolle sin interrupciones ni errores.
Actividades para la prevención perinatal del VIH
La estrategia de prevención debe implementar todas las actividades enumeradas en el Cuadro 1.
I. Tamizaje de la mujer embarazada
Todas las pacientes que acuden a la primera consulta prenatal, deben recibir consejería sobre los beneficios del tamizaje prenatal para VIH. Después de obtener el consentimiento de la mujer para que se realice la prueba de ELISA-VIH, se debe enviar al laboratorio clínico para la toma de la muestra. Es preferible que esta se tome el mismo día de la consulta y no se cite a la paciente en otra fecha.
Translation - English The probability that a pregnant woman infected with human immunodeficiency virus (HIV) will transmit it to her child is between 35-45%. Since the publication of the results from the 1994 ACTG 076 study, in which Zidovudine (AZT) prophylaxis with infected pregnant women was demonstrated to reduce the chance of transmission by 67%, the use of preventative antiretroviral therapy has increased. Later studies showed that similar results could be obtained even in women with an advanced form of the disease. As the highest probability of transmission during pregnancy is during the perinatal phase, it has become standard practice to perform elective Cesarian sections on HIV-infected patients. Both the use of AZT and elective C-sections are independent, though compounding, factors in the reduction of perinatal HIV transmission. The two together reduce the probability of vertical transmission down to 2%.
In recent years it has been demonstrated that AZT prophylaxis can increase the effectiveness of triple antiretroviral therapy for pregnant carriers of HIV, rendering the viral load undetectable in the second trimester. There is evidence that the use of triple antiretroviral therapy, combined with a scheduled C-section, lowers the chance of transmitting the virus to 1.2%. However, one must keep in mind that transmission has been reported in mothers with varying viral loads, including those in which the virus was undetectable. Delaying maternal breastfeeding and Zidovudine prophylaxis with newborns reduces the transmission percentage still further. The results of combining various measures to prevent perinatal transmission imply that a percentage of zero may lie in the near future.
The primary objective of the following guidelines is the prevention of perinatal HIV transmission. Antiretroviral drug treatment should completely suppress the RNA of HIV in plasma (undetectable plasma viral load) in HIV-infected pregnant women during the third trimester and childbirth. The risk of transmission is related to the method of birth and maternal factors such as viral load, number of CD4 T lymphocytes, and whether or not breastfeeding occurs.
Antiretrovirals affect pregnant women differently than other types of patient. The medium- and long-term side effects of these drugs on fetuses and children are still unknown. During pregnancy, changes in the mother’s gastrointestinal tolerance causes problems with certain medications, and antiretrovirals cause many types of gastrointestinal side effects.
Keeping in mind the relationship between mother and child, the decision to prescribe antiretrovirals must follow a discussion with the mother. After an agreement has been reached between her and a primary healthcare professional, the proper course of action may be selected.
Antiretroviral drugs reduce perinatal transmission because they diminish the prepartum maternal viral load and provide prophylaxis for the newborn before and after it has been exposed to the virus. For this reason, all HIV-infected pregnant women, regardless of their viral load, should begin taking antiretrovirals in the 12th week after gestation or as soon as their pregnancy is detected. Based on published evidence, the HIV Clinical Committee (CC-VIH) of the Costa Rican Department of Social Security recommends the following guidelines to prevent perinatal transmission of HIV. This strategy can be followed as soon as prenatal care begins and may be condensed into four points:
a. Patient screening during the first prenatal appointment, ideally during the first trimester, although it will still be effective whenever prenatal care begins.
b. Immediate notification of any positive test results to the corresponding health authority, so as to locate the patient as soon as possible, and to continue preventative measures against maternal-fetal transmission.
c. Prescription of antiretroviral drugs, both orally (tablets and solution) and intravenously as indicated in these guidelines. The health professional in charge of prescribing these drugs should know the dosage and application, adverse effects, contraindications and reported consequences on the fetus and newborn, in order to be able to counsel the HIV positive mother effectively.
d. Continuous education of the medical professional, so that this strategy may be followed without interruption or error.
Measures to prevent perinatal HIV transmission
The prevention strategy should implement all of the measures laid out in Table 1.
I. Screening of the pregnant woman
All patients arriving for an initial prenatal consultation should receive information about the benefits of prenatal HIV screening. After obtaining the woman’s consent for an ELISA-HIV test, it can be sent to the clinical laboratory for sampling. It is important that the test be done that same day and not obtained from the patient on another date.
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Translation education
Other - University of Illinois
Experience
Years of experience: 12. Registered at ProZ.com: Nov 2013.
Hi! I'm a SP>EN translator from the Chicago area who has been working in the industry for nearly four years now. I specialize in localizing and adapting texts to the target audience, not just providing a literal translation. Language is my passion and I love what I do!