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On 18th August 2001 my life will be divided into two equals halves. The first took place in St Petersburg, which was then called Leningrad, and the second in Amsterdam. Although these two cities have much in common, for me St Petersburg and Amsterdam do not overlap. The Neva and the Amstel are different rivers, and if I happen to be walking along Amsterdam´s Tsaar Peterstraat or along the Nevsky Prospekt past the Dutch Church in St Petersburg, my peripheral vision registers the difference and I see very well what sets the two cities apart. Just as a child brought up in a dual-language family knows with whom in which language to speak.
The number five tram has not changed its route and it stops close to my house in Amsterdam, just as it did in my past life in Leningrad, but here too no confusion arises. The number of my house in Baskov Lane was 33. For the first ten years in Amsterdam I lived in a house number 22, and in the next ten in a number 11. A few years ago, trying to escape from fate, I moved to a house with a number that had no significance -16.
Foreigners travelling to the Soviet Union usually found the most attractive part of Leningrad to be old St Petersburg. Now Leningrad has again become St Petersbug, remaining Leningrad for perhaps only its elderly inhabitants who have been acustomed to that name.
Translation - Spanish Una Edad Desvanecida
El 18 de agosto de 2001 mi vida quedará dividida en dos partes iguales. La primera ha tenido lugar en San Petersburgo, que entonces se llamaba Leningrado, y la segunda en Ámsterdam. Aunque estas dos ciudades tienen mucho en común, para mí San Petersburgo y Ámsterdam no se superponen. El Neva y el Ámstel son dos ríos diferentes, y si por casualidad camino por la calle del Zar Pedro en Ámsterdam o por la Avenida Nevsky pasando la Iglesia Holandesa en San Petersburgo, mi visión periférica registra la diferencia y veo muy bien qué es lo que distingue a ambas ciudades. De la misma forma que un niño, criado en una familia en la que se hablan dos idiomas, sabe bien con quién hay que hablar en cada lengua.
El tranvía número cinco no ha cambiado su ruta y tiene la parada cerca de mi casa en Ámsterdam, como lo hacía en mi vida pasada en Leningrado; pero aquí tampoco surge ninguna confusión. El número de mi casa en Baskov Lane era el 33. Los primeros diez años que pasé en Ámsterdam viví en una casa que tenía el número 22; en los siguientes diez, en otra que tenía el número 11. Hace unos pocos años, tratando de escapar a mi destino, me mudé a una casa cuyo número no tenía especial significado: el 16.
Generalmente, a los extranjeros que visitaban la Unión Soviética les parecía que la parte más atractiva de Leningrado era la antigua San Petersburgo. Ahora Leningrado otra vez ha vuelto a ser San Petersburgo, quizá sólo manteniéndose como Leningrado para sus habitantes mayores que se han acostumbrado a ese nombre.
English to Spanish: Traducción sobre Artículo de Revista "Science" (Comportamiento Animal) General field: Science
Source text - English Animal culture, defined as “information or behavior—shared
within a community—which is acquired from conspecifics
through some form of social learning” (1), can have important
consequences for the survival and reproduction of individuals, social groups, and potentially, entire populations (1, 2).
Yet, until recently, conservation strategies and policies have
focused primarily on broad demographic responses and the
preservation of genetically defined, evolutionarily significant
units. A burgeoning body of evidence on cultural transmission and other aspects of sociality (3) is now affording critical
insights into what should be conserved (going beyond the
protection of genetic diversity, to consider adaptive aspects
of phenotypic variation), and why specific conservation programs succeed (e.g., through facilitating the resilience of cultural diversity) while others fail (e.g., by neglecting key
repositories of socially transmitted knowledge). Here, we
highlight how international legal instruments, such as the
Convention on the Conservation of Migratory Species of Wild
Animals (CMS), can facilitate smart, targeted conservation of
a wide range of taxa, by explicitly considering aspects of their
sociality and cultures.
Translation - Spanish La cultura animal, definida como “información o comportamiento—compartida dentro de una comunidad— que se adquiere de los coespecíficos a través de alguna forma de aprendizaje social” (1), puede tener consecuencias importantes para la supervivencia y reproducción de individuos, grupos sociales y, potencialmente, poblaciones enteras (1,2). Aún así, hasta recientemente, las políticas y estrategias de conservación se han focalizado primariamente en respuestas demográficas amplias y en la preservación de unidades evolutivamente significativas y genéticamente definidas. Una cantidad de pruebas, en crecimiento, acerca de la transmisión cultural y otros aspectos de la sociabilidad (3) se enfrenta en estos momentos a reflexiones críticas respecto de lo que debería ser conservado (yendo más allá de la protección de la diversidad genética, para considerar aspectos adaptativos de la variación fenotípica), y respecto de por qué algunos programas de conservación específica tuvieron éxito (por ejemplo, a través de la facilitación de la resiliencia de la diversidad cultural) mientras que otros fallaron (por ejemplo, al pasar por alto a los depositarios clave del conocimiento socialmente transmitido). Aquí, resaltamos cómo los instrumentos legales internacionales, tales como la Convención para la Conservación de Especies Migratorias de Animales Silvestres (CMS, por sus siglas en inglés), puede facilitar la conservación inteligente y orientada de un amplio espectro de taxones, al considerar explícitamente aspectos de su sociabilidad y de sus culturas.